A este desconocido planeta,
en el que habitan las más variadas especies, tanto conocidas como desconocidas,
no se puede ni se debe manipular. De hecho, siempre que se actúa contra él se
rebela. Qué manía con querer cambiar el curso de la vida, si la vida ya nos
enseña diariamente que, siguiendo un curso desconocido y supuestamente
anormal, es tan antojadiza que jamás desvelará su secreto, porque el
entendimiento humano sobre la naturaleza es muy limitado.
Aunque
hay mucha vanidad en todos los estudios que salen a la luz, ninguno tiene bases
científicas relacionadas con la realidad como para presumir que tiene la
patente en exclusividad de que el cambio va realizarse hacia una u otra dirección, tal y como exponen. Nada
en éste, nuestro planeta, se desarrolla uniformemente. Cada impacto ambiental,
el que sea, a favor o en contra, exige una adaptación. Cada evolución exige una
mutación. Y nada es gratuito. Todo lo que se vive requiere conocimiento o
dolor. A elegir.
Paulatinamente,
gracias a los medios de comunicación audiovisual, se está generando una
conciencia colectiva de que el planeta progresa hacia un cambio climático, algo muy natural, pero presentado y expuesto como algo atípico, incluso como una
amenazante preocupación, lo cual es un tremendo error. Nada es estático en la naturaleza que nos
rodea, todo cambia, aunque intentemos manipularlo en nuestro beneficio.
Las leyes
que nos damos los humanos nada tienen que ver con las desconocidas leyes de la naturaleza
a las que deben adaptarse o acercarse a la realidad de ella, que es sabia, que
es la que manda, que pone a todos sus seres huéspedes en su sitio. Todo lo
contrario conlleva a un suicidio. Observar, ayudar e imitar a la naturaleza es
la mejor recomendación que se puede ofrecer así misma la especie humana.
Pero la especie humana es
tan soberbia que cree que todo cuanto emprende, más bien manipula, beneficia tanto
al resto de las especies como a ella misma. Sin embargo, esto es una verdad a
medias, porque construye rutas y edificios en las laderas de las montañas, casi
vaguadas, donde habitualmente no descienden torrentes, gracias a los constructores
y caprichosos especuladores que permiten la esquilmación; construye playas
artificiales ganadas al mar; altera
el curso de los ríos, hace presas/pantanos, hasta que, de vez en cuando, la
naturaleza se cabrea, grita diciendo que existe y arrasa todo lo que encuentra
a su paso dando lugar a inundaciones,
terremotos, maremotos en esta masa acuotérrea, que rota y se traslada en el
espacio infinito, porque entiende que para guardar su equilibrio, tiene unas normas
que no pueden saltarse a la torera, sino respetarse. Es la factura que continuamente pasa este querido
planeta nuestro cuya configuración externa, aunque uno se lo proponga, no se
aprecia con una ni con diez generaciones.
Sigue a @AIf0ns0
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