La presencia alcista en el vademecum de medicamentos genéricos/marcas blancas no significa que se esté mejorando la salud del ciudadano contribuyente – Alfonso Campuzano
Es curioso como, cada año, aproximadamente hacia el mes de septiembre, el
Sistema Nacional de Salud (S.N.S.), habla del gasto farmacéutico, es decir, del
gasto de recetas de las diecisiete sanidades de España, con los medios de
comunicación social, fundamentalmente con la prensa escrita. Y, al final, el
Ministerio de Sanidad y Política Social agradece a las Autonomías y a los
Profesionales Sanitarios el esfuerzo en la promoción del Uso Racional de los
Medicamentos, como si no se supiera que el propio Ministerio es el que dice sí
o no a un nuevo medicamento y en cuánto se fija el precio de venta al público
después de haber cobrado el canon correspondiente, previa gestión de meses,
incluso años, para dar el vistobueno a la venta del producto
farmacéutico en cuestión.
Los medicamentos con marca permiten llevar un registro de farmacovigilancia
cosa que con los medicamentos genéricos no ocurre, porque se supone, dados los
años transcurridos que llevan en el mercado los principios activos de marca, no
deben acarrear problema alguno.
Es cierto que los medicamentos genéricos no tienen añadido el coste de su
investigación; sin embargo, utilizan excipientes de ínfima calidad y está
permitido minimizar la cantidad de principio activo por dosis, hasta de un 40%.
La presencia de medicamentos genéricos en el mercado viene siendo alcista
porque es una de las premisas impuestas como regulación y ajustes en
recortes a los que ciertos países, debido a su deuda soberana, se ven abocados,
debido al despilfarro institucional que acarrean los políticos con su nefasta
gestión.
Dentro de la utilización correcta de los medicamentos, y por el bien de la
salud personal, para evitar resistencias desagradables, incluso dejación precoz
de las terapias, es no fomentar ni abusar de fármacos genéricos/marcas blancas.
Hasta principios de siglo XXI, posiblemente con la entrada de la especialidad de farmacéuticos en la plantilla de la red sanitaria de la Seguridad Social, momento en que
la Administración, en lugar de continuar apoyándose en la Inspección Médica
para controlar el gasto, se apoyó en Inspectores Farmacéuticos, dado que no
tienen relación con el paciente, para dictar el uso concreto y exclusivo de
cada medicamento, olvidándose de la Historia de la Medicina, perjudicando a pacientes
que, con otras patologías, podrían beneficiarse, pero prohibida su utilización
con receta y teniendo que pagarla de su bolsillo.
Aquellos polvos trajeron estos lodos. Se comienza por imponer que los
facultativos prescriban medicamentos genéricos, bajo amenaza de no cobrar el correspondiente incentivo
de productividad, pese a ser contrario a
la Ley de Medicamento, coaccionando la libertad de prescripción médica, como en aquella
época, no muy lejana, que la Sanidad de las regiones autonómicas premiaban a
los médicos generalistas por recetar -incluso ciertos periódicos publicaban los listados-, sin contar con los médicos especialistas,
productos genéricos, como paso previo a una posible desidia pasiva.
Y, mientras los laboratorios, con la idea puesta, también a base de ahorrar,
ordenaban al fabricante que la máquina envasadora fuera la fuera misma, que no
gastara mucha tinta, aunque difiriera el etiquetado con
el nombre del producto final. No sólo el diseño, sino las ampollas, cápsulas,
comprimidos, grageas, jarabes, supositorios. Todo para dolencias dispares lo
que pudiera conducir a errores del sistema a cualquier persona como agencias de
salud, farmacéuticos, laboratorios, médicos, pacientes y de cualquier edad.
Corolario: Como la verborrea política siempre ha carecido de futuro
por estar enemistada con la ciencia de los medicamentos, aparte de pagarlos el
contribuyente con impuestos, se ha ideado la fórmula del copago, sin escaparse
las vacunas obligatorias que, sin financiación pública, se expenden a un precio desorbitado
para un sueldo mínimo interprofesional.
Alfonso Campuzano
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