Por el arquitecto doctor don PEDRO LUIS GALLEGO FERNÁNDEZ
1) Tú, Alfonso, perteneces a una generación que tenías 20
años en el año 1968 y me imagino que, a pesar del aislamiento en el que se
vivía en España, llegaban los ecos de la primavera parisina. ¿Ha incidido de
alguna manera esa percepción en la definición de los personajes y especialmente
de su protagonista Eduardo?
Aquella época con sus convulsos años en que, por
una parte, sólo se oía hablar de la guerra de Viêt Nam en los medios de
comunicación social, fundamentalmente las imágenes retransmitidas por una
televisión con sólo dos cadenas, y por otra parte, a través de una emisora de
radio se oía al locutor hablar en idioma español, desde el extranjero, ponía al
día en noticias ampliadas lo que ocurría, tanto en España como allende nuestras
fronteras, incidieron plenamente en la percepción auditiva y visual con la que
he llegado a definir a los personajes, y especialmente de su protagonista
Eduardo.
2) ¿Quién es Eduardo?, es decir, qué hay de referencias
biográficas o autobiográficas hacia personajes que pudiste conocer en esos
años.
Considero que Eduardo es el fruto unificado de casi todas las personas que
fueron conscientes de que en aquella época se vivía, o se sobrevivía, bajo
una tutela que se ampliaba hacia la privación de libertad de expresión y privación
de reunión con lo que su energía se transmutaba en unas ganas inmensas por vivir tal y
como se suponía que vivían otras personas en regímenes políticos diferentes y opuestos al
español.
3) Léenos un párrafo que te interese destacar.
Pag. 164:
Hasta aquel día ninguno había mencionado su secreta pasión común por la
música. Sin decir una sola palabra, se acercó hasta tomarla suavemente entre
sus manos, aunque prefirió sentarse para, con delicadeza, colocar la caja entre
sus muslos, acarició con nura las cuerdas para oír la resonancia que
desprendían, recordando algunos compases de acompañamiento nada sofisticados,
comprobando con su improvisación que estaba a nada.
— Mais, voyons, joue quelque chose, s’il te plaît, Eduardo.
Nunca había asistido a clase en un conservatorio de música, no sabía leer
el solfeo de una partitura de música, se limitaba a retener todo cuando
escuchaba, alguna melodía que le gustaba.
— Lo mío, Sibylle, es tocar para andar por casa, que yo no soy
concertista.
El rasgueo con la punta de sus dedos que imprimía a las cuer- das, entre
armónico y dulce, hizo que al unísono se arrancaran y tararearan una melodía
harto conocida: una balada. La sintonía continuaba, gracias al encuentro con
aquella guitarra, contagiada por motivos peculiares de la época, más que a su
dueño temporal, componía a base de ritmos entrelazados, como referente y máximo
exponente en el sonido que emitía aquel instrumento, le hacía pensar en Paco de
Lucía.
4) En Eduardo parece que la libertad se encuentra en la
necesidad de cruzar una frontera y por eso cambia su ambición hacia la carrera
judicial por la de ser diplomático. Para Sibylle, en cambio, la libertad está
en un viaje permanente hacia destinos exóticos, como el lejano Oriente, en su
ambición por ser azafata de vuelo. ¿Qué diferencias ves entre ambos personajes,
Eduardo y Sibylle, y si esas diferencias son la causa de sus desencuentros?
La diferencia fundamental es educacional y social, es decir, debida tanto a
la familia como a la sociedad, a lo que se suma el que ambos han nacido en continentes
y países diferentes y cuya adaptación a la convivencia de pareja, a pesar de los intentos de acercamiento,
siempre es, y ha sido muy difícil, como si, ante ellos se levantara un muro. Sin contar, por supuesto, que cada uno de ellos entiende,
con bastante diferencia, lo que significa libertad.
5) ¿Porque la lluvia y la tormenta son un trasfondo
constante de la novela?
Los personajes creados, como los reales deben estar
situados en ambientes cercanos a lo creíble. Cuando se habla del clima, el buen
tiempo tiene las líneas escritas contadas en pocos renglones; sin embargo, y
comparativamente, el mal tiempo se amplía casi exponencialmente al disponer de
frases, hablando de la lluvia; el sonido del agua al chocar con objetos
materiales naturales o artificiales; la resonancia de los truenos; del resplandor casi
cegador que dibujan los relámpagos en la espesura de las nubes; de las diferentes tonalidades y formas de las nubes.
En conjunto, el mal tiempo tiene mucha más literatura, sobre todo cuando se
quiere marcar aquello que se pretende desviar de la norma.
En Valladolid, a 20 de mayo de 2016
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