La ingeniería genética artificial ha tenido, y tiene, como maestra la
modificación genética natural – Alfonso Campuzano
La obsesión por incorporar plantas modificadas mediante ingeniería genética
a la agricultura, llamadas vulgarmente plantas transgénicas, es decir, cultivos
de alimentos teóricamente mejorados a través de biotecnología que, sin
haber hecho estudios científicos serios y contrastados puede acarrear consecuencias
imprevisibles, tanto a la especie humana como a la animal, entre las que se
pueden contabilizar multitud de enfermedades desconocidas y, por tanto,
difíciles de tratar y curar.
La trascendencia medioambiental, que se avecina, va desde la transformación
de la conexión nutricional, debido al peligro existente a merced del
intercambio entre los cultivos transgénicos y las especies naturales, hasta la aniquilación
de especies naturales o incluso cambios en sus condiciones, pasando por las
costumbres de otras especies, tanto animales como vegetales, que necesitan
cultivos naturales no precisamente transgénicos.
Parece ser un error el posicionarse en contra de la hambruna mundial,
exigiendo que se aceleren las herramientas biotecnológicas para dar alimento,
como sea, sin saber las secuelas, que pueden llegar a ser catastróficas. Aunque
el apoyo, con la firma, provenga de más de cien galardonados con el premio
Nobel, en disciplinas como pueden ser Física, Medicina, Química, después de
haber sabido que la estadounidense National
Academy of Sciences (N.A.S.) haya comunicado que ha verificado los análisis
realizados en los últimos treinta años sobre la huella dejada por alimentos
derivados de especímenes transformados genéticamente, deduciendo que son tan fiables
como los especímenes habituales, lo cual no quiere decir que estén en posesión
de la verdad, y que puede resultar cruel, porque estén condicionados, tanto la
Academia como los Nobeles, por empresa multinacional llamada Monsanto, en
trámite de adquisición por la empresa farmacéutica Bayer, sin saber cuál será su
futuro semillero, vamos, un monsantazo
de libro.
La duda aparece, no precisamente ahora, sino desde hace bastantes años, en
el horizonte alimentario cuando se piensa que los productos transgénicos pueden
ser un peligro potencial para la Humanidad y, de hecho, no está descartado
totalmente.
Por primera vez se puede estar de acuerdo con la famosa organización
ambientalista Greenpeace al
considerar que el treinta por ciento de los alimentos no modificados
genéticamente, los que habitualmente consume el primer mundo, en lugar de ir
directamente a la basura, fueran distribuidos entre las personas que padecen
hambruna, de manera que no fuera necesario recurrir a la experimentación con
alimentos mediante ingeniería genética.
Por alguna razón, hasta ahora desconocida, en Europa,
salvo en diecinueve países, únicamente está autorizado sembrar maíz transgénico,
precisamente el MON810, pese a que hipócritamente
compran y venden más de setenta productos transgénicos.
La realidad es que no se puede ingerir cualquier pseudoalimento, aunque se
pase hambre, salvo conscientemente. La hambruna no
se debe combatir con cultivos transgénicos, sino con inversiones en arenales que
logren transformarlos en auténticos oasis, que se puede, pero nunca utilizando
semillas anuales Monsanto, que no
sirven de un año para otro.
Alfonso Campuzano
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