Tenemos a nuestra disposición unos partidos
políticos, entre mediocres y tóxicos, entre relajados en valores morales
heredados y repletos de codicia y megalomanías – Alfonso Campuzano
El camino, iniciado en 1978, bajo
el amparo de casi cuarenta años constitucionales, se ha ido sembrando de partidos
políticos que han ido ejerciendo, y aun ejercen, una toxicidad ambiental, relajada
de valores humanos que, como mochila, traían una bomba con espoleta retardada, en plan de
metamorfosear paulatinamente el desacato a la Constitución y a la Justicia,
ante la pasividad del Gobierno de reemplazo, sin que los votantes, subidos en
la nube, hayan logrado desprenderse de las anteojeras.
La Historia de
España escrita, pese a los miles de intentos de hacerla desaparecer, en
cualquier época, casi siempre dictada por el mismo gen suicida, mediante
criterios mediocres y heredados, –nunca faltan testimonios–, difícilmente puede
ser borrada totalmente por la legalidad administrativa vigente, una forma
torticera de administrar Justicia ante la Historia, salida de los Juzgados, que
no evita ser el resultado de una revancha.
Disfrutamos de políticos con una
megalomanía que no puede ser contrarrestada ni contenida gracias a la normativa
dictatorial de sus partidos que, sin haber mostrado ni demostrado que saben
gobernar, y menos administrar, tanto el bien común como el dinero de los
impuestos, se atreven a presumir de saber hacer Leyes, que se suman, con
algunos errores gordianos, a las veinticinco mil ya existentes, gracias a la
tolerancia exhibida por los contribuyentes y votantes, que continúan
permitiendo veleidades.
Mal puede ir el sistema cuando, el
poder de los partidos políticos, a cualquier nivel, es lo que tiene, una vez
conquistado, en su codicia, y despreciando la valía de sus electores ante las
urnas, no cabe duda que siempre con ayuda de la ignorancia, generada por el buenismo y el bienquedismo, y del pelelismo,
aferrado tan sólo a él, en una lucha sin igual, aplicando servidumbre, y
mientras dejan, altera la convivencia ciudadana. Sin contar con que existen
personajes que en su alardeo de laicismo demagógico, casi ignaro, reconocen
solemne y socialmente a cualquier cultura, y no digamos religión, extraña a
la suya, que le vio nacer.
Paulatinamente se ha ido
instaurando, hasta casi desaparecer, quizá consentido, la modificación de la
solidaridad entre regiones, en función de lo recaudado, gracias a la compra de
votos políticos, mediante inventos de bonificaciones, subvenciones o quitas, incluso
exenciones económicas, emisión de favores debidos a quienes no les corresponden
por ser injustos, que rompen un principio constitucional; dañando la
coordinación; provocando inseguridad jurídica; cediendo Tributos; adjudicando
transferencias del Estado a través de los fondos de compensación;
desencadenando graves desigualdades en la fiscalidad, sobre todo el anacrónico
e insolidario régimen foral de Vasconia y Navarra, incuestionable
regalía, que no tiene equiparación con el resto de las regiones españolas, y
menos aún con la UE, pues facilita sustracciones hacendísticas, a la vez que
extorsiona al Estado.
Y es que la sangría de dinero desencadenada
entre el personal dirigente del Gobierno central y regiones autonómicas
españolas es comparable a cualquier país riquísimo, al ser más edificante
merodear, y rodear charcos, que dedicarse a chapotear en ellos cuando no va a
conseguir vaciarlos.
Porque cada ciudadano es libre de
sedarse, o anestesiarse, mediante el aliciente de un discurso que esté lo más
acorde posible con sus conexiones neuronales.
Alfonso Campuzano
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