La divergencia climática del planeta azul hace que las directrices marcadas por intereses particulares se unan en un saco roto – Alfonso Campuzano
Las predicciones sobre el clima, basadas en modelos de cambio, hechos a escala global, incluso a años vista, tienen la misma vigencia, y el mismo tanto por ciento de aciertos, que tienen las hipérboles meteorológicas diarias, es decir, aciertan únicamente cuando exponen las estadísticas anuales.
Si se considera que el planeta azul ha vivido cinco extinciones masivas de especies, y ha logrado sobrevivir en los últimos cuatro mil quinientos millones de años, significa que la especie humana no ha abusado del uso del CO2, aunque se pretende, casi obsesivamente, que el clima sea una constante a mantener, cuando se sabe que es desigual e inestable, que tiene una dependencia extrema de las coordenadas geográficas, ya sean horizontales –como la latitud y la longitud terrestres–, ya sean esferoides; de los ciclos sometidos a las estaciones del año; de las modificaciones terrestres –como el eje y la órbita–; de los movimientos telúricos –como los seísmos, los maremotos, las explosiones volcánicas–; de las confrontaciones bélicas, etcétera.
Ante estos factores coadyuvantes, el clima terráqueo apenas tiene que ver con la mano del hombre, como se quiere hacer creer mediante conjeturas siniestras, sino con el equilibrio, la ruta espacial y la evolución natural del planeta azul, en constante transformación, en tanto que unos territorios deberán emerger mientras que otros deberán sumergirse.
Cuando se ve cómo un desbordamiento fluvial se lleva por delante todo lo que pilla a su paso, incluso vidas humanas, no se trata del reiterado calentamiento global ni cambio climático, como pretenden hacer creer, sino que es la venganza terrestre provocada mediante lluvia –tipo borrascas, tormentas–, presión atmosférica, temperatura –tipo calor, frío, humedad, sequedad–, viento –tipo ciclones, huracanes, tifones, tornados, vendavales–, ante la invasión descontrolada e ilegítima de asentamientos humanos –autopistas, edificaciones, fincas–, en vaguadas, en torrenteras, en valles, fundamentalmente en los olvidados lechos secos de ríos, que nunca jamás se debieron legalizar bajo la responsabilidad de los poderes públicos, pues el agua no irrumpe, no inunda, sino que son las propias construcciones quienes invaden el terreno fluvial, incluso marítimo.
Cuando se manifiesta una sequía al Gobierno alternante se le ocurre culpabilizar a la falta de lluvia, incluso del viento, pese a no haber propuesto un mínimo plan hidrológico adecuado, atascado desde hace cuatro décadas, por lo que consecuentemente el recibo mensual de la luz, gracias a unos impuestos mágicos, que suman alrededor del 40%, lo encarecen. La sequía en agricultura transforma nubes en llantos, pese a mover santos más que si fuera Semana Santa.
Pero da igual, mediante alguna que otra ingeniosidad, ha decidido unilateralmente, y de la noche a la mañana, prescindir de vehículos impulsados por energía derivada de la combustión del petróleo e impulsar la energía eléctrica, con lo que ha abandonando a diecisiete millones de vehículos sin haber pensado en las consecuencia sociales.
Cuando la tecnología punta actualmente desconoce cómo prever las inclemencias diarias, ciertos prestidigitadores meteorológicos sí son capaces de augurar qué clima va a tener lugar en el planeta azul, dentro de dos décadas, lo cual es de una soberbia supina.
No obstante, hace casi dos lustros los llamados expertos anunciaban que la actividad solar –que es cíclica como todo lo natural, incluido el clima– estaba debilitándose hacia un apagón importante, lo que indicaba un riesgo de que el planeta azul conociera una pequeña Edad de Hielo, que se espera.
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