La diplomacia española por medio de sus gobernantes, a través de la Historia, no ha creado una escuela que supiera defender territorios mimados – Alfonso Campuzano
Desde que se hizo cargo de la presidencia del gobierno socialista, Pedro Sánchez, las aguas territoriales españolas han sido menospreciadas sin que, hasta el momento, se hayan desarrollado conflictos jurisdiccionales, pese a los existentes caladeros de pesca.
Hace dos años, sin venir a cuento, la República Argelina Democrática y Popular amplificó su frontera acuática hasta llegar al Archipiélago de Baleares. ¿Qué pretendía con esta decisión unilateral tan despótica? Nada más y nada menos que hacerse con la energía fósil que representan los yacimientos de hidrocarburos subacuáticos partidarios de probables prospecciones petrolíferas, mientras que el ministerio de AAEE español no lo dio importancia alguna, porque ni siquiera se constituyó una mesa propia para conversar. Pura desfachatez ante la debilidad que, como letrero, ostentan en la frente los diplomáticos españoles responsables.
Así que, ante la falta de respuesta, durante el primer semestre del presente año en curso, un segundo país sureño, precisamente el Reino Alauita de Marruecos, catapultó la oficialidad de la ampliación unilateral de sus aguas territoriales a doscientas millas marinas superficiales y a más de trescientas millas marinas profundas, mediante la aprobación legislativa de su Parlamento, de manera que al sobreponerlas a las propias españolas, engloban al Archipiélago de Canarias.
¿Qué escondía esta medida autoritaria? Algo muy importante para su expansión química y cibernética, ya que desde hace varios años, en esta zona, se conoce la existencia de recursos naturales como gas natural, petróleo y minerales infrecuentes como cobalto, además del mayor yacimiento planetario de telurio, en los alrededores del monte submarino Tropic, un metaloide, semiconductor, empleado en la industria electrónica.
Aunque el Reino de España no debe aceptar las ocurrencias del Reino de Marruecos, este último tiene la sartén por el mango, porque si los hechos no se desarrollan como desea, tiene suficiente poder como para decidir sobre el chantaje que siempre tiene a mano, es decir, incrementar la inmigración ilegal, sobre todo de menores de edad no acompañados –los famosos MENA’s, que tantos problemas generan allá donde son acogidos– e interrumpir unilateralmente la colaboración antiterrorista, todo ello gracias a la muy buena retribución económica, cada vez más expansiva, a costa de los contribuyentes españoles.
Desde los años cincuenta del siglo pasado –finales del Protectorado español–, Marruecos ha hecho valer su supremacía, aprovechándose de los diplomáticos españoles bisoños y confiados, que han caminado una zancada por detrás del país alauita.
Aparentemente ambas hostilidades norteafricanas, ambos conflictos jurisdiccionales, no tienen validez internacional, pero el hecho, hasta ahora consumado, está sobre el papel, mientras que el actual Gobierno español socialcomunista, al no haber parado tal pretensión, continúa en ropa interior, por no decir desnudo, incluso mudo. Ni una denuncia, ni ha llamado a consultas a los embajadores en ambos países.
España, ante África, nunca ha sabido defenderse ni defender territorios –dejando de lado la gestión administrativa del imperio colonial–, sino que ha esquivado la realidad al abandonar a su suerte en pleno siglo XX a países como Guinea Ecuatorial, Ifni, Sahara.
El esfuerzo no es de los diplomáticos españoles, porque las pautas son marcadas por los marroquíes, que conocen sus debilidades y las sacan a colación cada vez que negocian: el rabo entre las piernas.
ALFONSO CAMPUZANO
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