Desde tiempos inmemoriales, incluso desde la
protohistoria, esto ha sido así y poco, o nada, ha evolucionado la especie
humana, desde el punto de vista de los valores morales. Y, por lo visto, muy poco
los españoles, que nos dejamos hacer, nos lo hacen, como parece ser que los
servicios de inteligencia de EE.UU. y Alemania esbozaron el guión de lo que
conocemos como la llamada Transición. Siempre dirigiendo la batuta desde fuera.
Ya se sabe, lo estamos viendo.
Los políticos de cada Legislatura, en vez de
desarrollar la Constitución, que mucho nombran, pero que ninguno hace por
respetarla, ya sea por alusión, ya sea por omisión, se han dedicado a
desarrollar sus puestos de trabajo, a veces quintuplicados y más, con pingües beneficios,
pensando en cómo escamotear, sin meditar en las consecuencias del galopante
déficit en que han sumido a los contribuyentes españoles. Un auténtico latrocinio en el
que cada uno de los interesados pensaba en cómo llevarse más, cada día, que su
colega de despacho. Mientras tanto, metiendo mano en cada Caja que les pilla
cerca, diciendo que ahorran, pero no se ve lo ahorrado, adjudicando precios
europeos frente a sueldos africanos o asiáticos. Aparentemente se preocupan
porque suben los gastos: materias primas básicas, electricidad, impuestos
directos como IVA, IRPF e indirectos, pero no de los sueldos, que congelan y,
cuando no, los bajan. Nada angelical y sí muy marianista. Todo ello ayudado por
una falta de valores morales, que nunca tuvieron merced a la cuna.
Si se rompe una correa de transmisión ésta no
cumple su función. Si se rompe un eslabón de una cadena ésta no funciona.
España actuaba gracias a que las múltiples y diferentes correas de transmisión
y cadenas que existían a todos los niveles del Estado estaban muy bien
engrasadas hasta que, poco a poco, gracias a la avaricia, al y tú
más, a la falta de engrase, se fueron deteriorando, hasta quebrarse en la
amplia cueva que alberga cuarenta ladrones de Alí Babá multiplicados por cien
mil, y no precisamente Fils de Saint Louis.
Periódico de cualquier signo político que se abra, enseguida
canta quién es el defraudador del día, como si de una oferta de supermercado se
trata. Es el perfecto retrato de una España pervertida, mediante un pacto entre
tunantes, guiado desde las alturas, que son muchas, que consistió en ofrecer a
la sociedad unas "instituciones y partidos como si fueran
democráticos" a cambio de hacer y deshacer con los Presupuestos Generales
del Estado lo que les viniera en gana: empeñando de por vida a varias
generaciones; vendiendo alegremente las reservas de oro; dilapidando la Caja de
Pensiones, es decir, los ahorros exigidos a los trabajadores, restados legalmente
de la nómina mensual; recortando, bajando y anulando nóminas en un ambiente de
alborozo; mientras se turnaban, según soplara el viento de las votaciones,
considerando a los contribuyentes españoles como si fueran subnormales. Ésta es
la España que todo el mundo conoce, y que nadie, allende nuestras fronteras,
cree en ella. Se lo ha ganado a pulso mediante una tropa de indeseables, la
prensa dixit.
En esta, o en otra vida, todo se repite, todo es
cíclico, veamos: Juan Carlos I, a los pocos meses de haber sido nombrado rey
por las Cortes preconstitucionales, exigió la abdicación de los derechos monárquicos
de su padre Ioannes III; así como él mismo, esta vez sin saber las
circunstancias exactas, también ha sido obligado a abdicar por su hijo Felipe
VI. Con o sin ayuda de una posible confabulación perifamiliar, que posiblemente
la habrá habido. Es la vida del que, según el dicho popular, quién a hierro
mata a hierro muere. Algo muy duro de asimilar. Pero es que las herencias traen
esto, lo bueno y lo malo.
Ahora se puede entender la reticencia para contar
con la aquiescencia del pueblo español que le votó cuando la cosa no tuvo
remedio, y qué error: se presentaba como lo mejor de lo peor y, por tanto, ahí
está, bueno, parece que está. No debiera estar permitido gobernar mediante ocurrencias
teledirigidas, sino mediante un programa elaborado y que se cumpliera a
rajatabla, porque casi todo está inventado.
Un gobierno marianista que sólo sabe hacer
presupuestos, que posteriormente los invalida al tener la ingeniosidad de
recortar lo fácil pero, eso sí, aumentando las horas de trabajo en puestos donde las
manos se cruzan porque no hay nada que hacer, que los hay; reducir los sueldos a minima, si se comparan con otros países
del entorno a los que nunca se podrán alcanzar, cuando la cesta de la compra
y los productos básicos están por las nubes.
Se puede entender medianamente, gracias a los años
transcurridos, por qué los barones del partido Unión de Centro Democrático (U.C.D.),
y otros menos conocidos, aunque igual de amenazadores, hicieron dimitir a
Suárez, más que por aburrimiento, quizá por el efecto inconfundible de una
intimidación que proyectaba la sombra involucionista del futuro, que pretendían, que
él conocía ya, y que él no deseaba, y que actualmente estamos a pocas lunas de
cumplirse, si alguien no lo remedia pronto.
Estamos en la fase de marcha directa, pronto
aparecerá la cuesta abajo, en un terreno de lija, los frenos desaparecerán y
directamente contra la pared. Al presidente del gobierno le toca mover ficha
disolviendo el Gobierno y las Cortes Generales y convocando de unas Cortes
Constituyentes, lo que inauguraría la segunda parte de la Transición en la que
se debe de dejar de lado las patochadas nacionalistas. No existe una o dos
singularidades, como algunos políticos y periodistas afines se les llena la
boca al nombrarlas. El reino de España es otra cosa, por ahora, diecisiete
singularidades. Y el Ejército, según la Constitución, entre otras cosas, está
para velar que no se desprenda ni un ápice de terreno.
Alfonso Campuzano
Sigue a @AIf0ns0
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