Al unir los tres días de Semana Santa con los tres de
Navidad, a modo de descubrimiento moscoso, se instituyó una nueva forma de
trilear el sueldo - Alfonso Campuzano
Desde tiempo inmemorial preconstitucional, haciendo una breve historia de los famosos días de libre disposición, pésimamente llamados días moscosos, los empleados públicos disponían de tres días de vacaciones durante la Semana Santa y otros tantos durante la Navidad hasta que, Felipe González firmó el 21/12/1983, a propuesta del ministro de la Presidencia, Javier Moscoso, tras conseguir el beneplácito de las Centrales Sindicales, a modo de gran idea/descubrimiento, la unificación de tales seis días anuales, con coste cero para la Administración, haciéndose la tonta ante tanto tonto, a cambio de no subir el sueldo que correspondía, menudo chollo, y todos tan tontos como contentos, sin que aparentemente los empleados públicos se dieran cuenta que era una espoleta de efecto retardado, pues no se había conseguido un logro sino un engaño.
Como contrapartida, y a partir de aquella fecha, se pagarían 12 nóminas de
30 días, es decir, 360 días, con lo que los empleados públicos trabajaban, y
continúan trabajando, gratis para la Administración 5 días al año, sin
posibilidad alguna de ser recuperados pasados estos 32 años. Además de las
nóminas extraordinarias de junio y diciembre.
En cuanto a los días de libre disposición extra, instituidos
constitucionalmente, como premio a la antigüedad (la tan denostada
veteranía/experiencia que dan los años), llamados coloquialmente
canosos se concedieron, hasta un máximo de cuatro, como siempre, a
cambio de no subir el sueldo y negociar con unos Sindicatos,
evidentemente desleales que, por cierto, entre 2004 y 2011, recibieron 175
millones de euros para que no abrieran el pico ni movieran un dedo, como el
tiempo ha conocido.
En pleno siglo XXI, y sin estar reflejado en el programa electoral, lo cual
es bastante indecente, El Señor de los Recortes y de las Mentiras,
poniendo como excusa la crisis económica, casi global, se atrevió a esquilmar varios
derechos adquiridos de los trabajadores, tanto en época
preconstitucional (la paga extraordinaria de Navidad, un reconocimiento
del Directorio militar, firmado en la lejana fecha del mes de noviembre de
1944; tres días de libre disposición, durante los tres últimos años, fueron
suprimidos autárquicamente, aunque vueltos a recuperar tres años después, sin
intereses ni carácter retroactivo) como constitucional (los hasta
cuatro días de libre disposición extra/canosos, aunque vueltos a recuperar tres
años después, sin intereses ni carácter retroactivo, pero sin pasar de un
máximo de tres), porque sí, mediante un decreto absolutamente
dictatorial. Todo ello unido a un aumento de dos horas semanales, y
gratis.
Habría que preguntar a los saltimbanquis españoles de la política, por qué
se han cebado con los empleados públicos, que han ganado una oposición con
grandes sacrificios personales y familiares, no ya con la bajada del 5% de
sueldo desde junio de 2010, a lo que jamás se atrevieron, durante cuarenta
años, los gobiernos preconstitucionales, congelación salarial desde enero de
2011, si desde 1995 los salarios reales no han crecido al mismo ritmo que en el
resto de Europa, sino con los días de libre disposición (moscosos y canosos),
instituidos para ahorrar dinero a la Administración.
Los políticos, que se han pasado las oposiciones a empleado público por la
entrepierna, debieran ser austeros consigo mismos, como son los norteños
europeos, controlados para que no trinquen algo que no es suyo, esperando que
su sello megalómano lo entierren de una vez para siempre.
Es posible que sobren empleados públicos, gracias a la pauta de aquella voz
que dijo, y que se repite con cada gobierno rojo/azul: “Felipe, José María, José Luis,
Mariano, colócanos a todos”, situando en los mejores puestos a gente de
su partido, saltándose a la torera a los que acceden mediante oposición, como
si se tratara del juego a ver quién lo hace peor, hecho que lo corrobora
cuando, cada día, al ojear los Boletines de cualquier Comunidad Autónoma, nadie
se sorprende al ver impreso los nuevos cargos de libre designación, aunque sea
una actitud groseramente impresentable.
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