La autohemodonación, tan
importante como la hemodonación, debería ser aplicada en las intervenciones
quirúrgicas programadas – Alfonso Campuzano
Cada estío el mismo pío. Durante
las vacaciones de cada verano nos sorprende el mismo tipo de saludo, en forma
de lamento, proveniente del Centro de Hemoterapia y Hemodonación de Castilla y
León, con sede en Valladolid.
Que si la sangre se hace más
necesaria durante los meses en que la duración de la luz solar es superior al
resto del año. Que si los donantes regulares de sangre disminuyen. Que si las
vacaciones hacen olvidar su habitual y voluntaria donación cuando parece ser
que los hospitales necesitan más de ellos.
Como contrapartida, sería
aconsejable, incluso recomendable, que no se estrangulara una acción voluntaria
tal y como es ésta, sino que se proyectara de otra manera, ayudando, y sin
reprochar, para nada su aparente olvido, pues no es ni más ni menos que un
descanso merecido.
Lo que debería primar, sin tanta
recriminación, sería aumentar la autohemodonación
para intervenciones quirúrgicas programadas y dejar la hemodonación habitual para casos extremos como las urgencias, sobre
todo catastróficas.
En teoría, y sobre el papel, en
Medicina ocurre como en Arquitectura, que todo se ve magnífico, pero que en su
aplicación, aunque haya ganado la estética, pierde la
funcionalidad.
Para comenzar a mejorar habría que
pensar en una reestructuración importante que, a la vista de lo existente, políticamente
parecería una incorrección, que no médica, porque se conseguiría unos niveles
aceptables de sangre durante todo el año, jamás faltaría sangre, y no haría
falta tanta publicidad, mediante campañas de concienciación y de
visibilización en medios de comunicación social, hacia lo que tanto gusta de
llamar solidaridad sanguínea, frase muy atrayente, que acalla conciencias a
costa de aumentar el gasto de dinero publico.
Así como cada especialidad
médica y/o quirúrgica tiene sus actuaciones programadas y urgentes, la donación
de sangre debería estar dividida en dos compartimentos, pero no estancos. Es
decir, uno para la hemodonación voluntaria, que se utilizaría fundamentalmente para intervenciones quirúrgicas
urgentes. Y otro, para la autohemodonación,
que se utilizaría para intervenciones quirúrgicas programadas, englobadas en
lista de espera, cuya fecha de utilización se sabría con una antelación de uno
a tres meses. Para ello, se debería contar con que el futurible operado tendría
que someterse a varias extracciones sanguíneas con un intervalo entre dos y
tres semanas, contando que esta sangre propia le daría menos sustos que si
fuera del vecino.
Lo curioso es que aún
no se ha hecho un estudio serio sobre esta posibilidad, que abriría nuevos
caminos. No habría sorpresas, no se
desperdiciaría tanta sangre, siempre habría un
volumen suficiente para las urgencias sin necesidad de pedigüeñar durante los meses de verano.
Y, como conclusión, se puede hacer
un recordatorio: el cirujano, que
precisa dos bolsas de sangre, disponibles antes de comenzar una intervención
quirúrgica programada, que no una urgente, no
puede elegir entre una transfusión sanguínea proveniente de una hemodonación voluntaria y una autohemodonación, porque quien
decide es el hematólogo, que es quien recibe los medios para utilizar
una sangre propia o ajena.
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