jueves, 3 de febrero de 2022

HACIA UNA INGENIERÍA CÁRNICA

Todo experimento industrial de naturaleza alimentaria, para poder incorporarlo a la sociedad consumista, debe pasar unos controles rigurosamente cifrados en años – Alfonso Campuzano


La industria cárnica está en transformación quizá desde el momento en que se anunció, vía difusión, el inicio de un culto al cambio climático, nada nuevo, sobrevalorado a partir del año 2000 con el ambientalista Albert Arnold Gore, tras recibir el premio Nobel de la Paz, gracias a las empresas multinacionales que deciden qué se debe comer en cualquier momento del día, y no digamos del año.

A primera vista, parece ser que se está fomentando un gran negocio, no nuevo, sino novísimo, en un horizonte aún lejano, y por visibilizar, con el ánimo consciente o inconscientemente puesto en hundir, incluso hacer desaparecer la ganadería tradicional, poniendo como excusa máxima que los seres humanos habitantes de la nave espacial azul, dentro de tres decenios sumarán nueve mil millones, olvidándose de que los países tercermundistas apenas huelen, y olerán, las proteínas de la carne.

La idea principal del proceso de ingeniería trata de conseguir la elaboración de las proteínas propias de la carne actualmente proceden de recursos naturales, en un laboratorio industrial. Para ello, se utiliza una pieza muscular de cualquier animal, vivo y teóricamente sano, ya sea cerdo, cochinillo, cordero, lechazo, gallina, pollo, ternera, vaca, etcétera, y se introduce en un receptáculo de acero inoxidable, denominado biorreactor, donde se mezcla con un líquido de cultivo para formar una masa, que irá reaccionando químicamente, a base de estimulaciones eléctricas, conservando las características biológicas y físicas primitivas, preservando la acidez, la humedad, la temperatura, hasta convertirse en una apariencia y configuración determinados previamente como chuleta, chuletón, hamburguesa, salchicha, etcétera, para su comercio, no sin antes tener que ser  autorizado a nivel mundial como un producto alimenticio, que no es poco, aunque sin el valor nutritivo primigenio.

Esta fase experimental de carne cultivada se ha filtrado a la prensa demasiado pronto, pues lo que deja entrever es que el camino que debe recorrer, como todo experimento, será arduo y largo, posiblemente decenas de años hasta conseguir la imitación perfecta de las características que la carne natural ofrece, es decir, olor, contextura, gusto, tono, etcétera.

Al ser este tipo de carne artificial un producto industrial, además de nuevo, hay que contar con sus más que probables amenazas a la garantía dietético-sanitaria, ya que puede provocar metamorfosis hereditaria que conduzca irremediable y peligrosamente hacia alergias, ancianidad, tumoraciones, etcétera.

Al tratarse de un proceso automatizado y manufacturado de manipulación de estructuras celulares, a modo de remedio renovador eminentemente social, ha sorprendido que produce mayores emanaciones que la ganadería tradicionalPor otra parte, el resultado tiene un coste desorbitado, incluso inalcanzable para cualquier consumidor.

A pesar de que esta carne no real, sintética, no está autorizada en la U.E. Unión Europea, el gobierno socialista de Pedro Sánchez eminentemente repartidor del dinero de los contribuyentes ha subvencionado con más de tres millones de euros concretamente 3.700.00€ para impulsarla.

Si carne no es, aunque proteínas tiene, ¿cómo nombrarla?


ALFONSO CAMPUZANO

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