A finales del siglo XIX se produjo salto cualitativo en la cirugía, merced a la puesta en marcha de conocimientos que, desde hacía tiempo, venían siendo demostrados y tan indispensables, entre otros, como son la antisepsia, asepsia, narcosis –sedación, anestesia, coma inducido–, ayudados por una tecnología cada vez más sofisticada, sin los cuales sería imposible despegar y evolucionar hasta donde se ha llegado en poco más de un siglo después al lograr disminuir considerablemente las complicaciones, sobre todo las infecciones tanto intraoperatorias como postoperatorias.
Todo lo que acontece en el área quirúrgica se asemeja a un ritual reiterativo solemne cada vez que el personal accede al recinto, sobre todo, y fundamentalmente, el equipo quirúrgico, y con un fin primordial, es decir, preservar de inconvenientes a quienes ceden la profanación de su cuerpo para que sea reparado en condiciones óptimas.
En un principio, se pasó de utilizar la vestimenta de calle –nido de gérmenes más o menos patógenos– a desecharla y cambiarla por una indumentaria exclusiva y necesaria, hecha en tejido tradicional, a base de tela, para ejercer en las mejores circunstancias para el paciente durante el tiempo operatorio. Sin embargo, fue a raíz de la introducción paulatina –años sesenta del siglo pasado–, de materiales como la celulosa, de un sólo uso y estéril, cuando la mejoría se hace ostensible con el fin de no perder tiempo y dinero en lavar y esterilizar hasta acabar con su total resistencia.
La implantación de la ducha, antes de entrar en la sala quirúrgica, aunque el personal venga duchado de casa. El pijama limpio con manga corta. El gorro utilizado como impedimento de contagio biológico, cuyo diseño ideal es el integral, de único uso, preferiblemente en celulosa, rechazable y nunca reutilizable, modelado con frívolos colores en una zona hospitalaria tan respetable. La mascarilla, también es desechable, que impide a líquidos y bichos orgánicos del paciente anestesiado entren en contacto con boca y nariz de los operadores, y viceversa. Las calzas, de usar y tirar, que actúan como barrera que protege a los zuecos de quirófano.
En la higiene de las manos se utiliza jabón líquido normal durante diez minutos o un jabón líquido antiséptico durante tres minutos mediante un intenso cepillado de uñas, dedos, manos, antebrazos hasta codos y abundante agua de arrastre. El secado de manos únicamente con una compresa estéril proporcionada por la enfermera embatada, enguantada, con material estéril, antes de que le sea colocada la bata estéril –doble, en ciertas ocasiones–, que si se humedece durante la intervención, o se alarga el tiempo quirúrgico más de lo previsto, se ha de cambiar por otra.
Los guantes estériles de látex, o de nitrilo para personas alérgicas –dobles, según el caso–, que si se deterioran o cuando el tiempo quirúrgico se alarga, se deben eliminar por otros nuevos. Hubo una época –en la postguerra, incluso hasta los años setenta del siglo pasado– en la que se esterilizaban las veces que fueran necesarias, hasta que resultaban inservibles, ¿por ahorro o por distribución fallida? Lo que, al disminuir la resistencia, probablemente daba lugar a infecciones con las que ya se contaba.
Ni que decir tiene que, en sus comienzos, la cirugía trataba de amputar más que reparar la zona deteriorada –de ahí la frase: ‘cortar por lo sano’– para salvar la mayor parte orgánica indemne, incluso la vida. Con el devenir de la tecnología puntera, la cirugía ha progresado tanto –en unas especialidades más que en otras– hasta conseguir una tendencia fundamentalmente reparadora de órganos, articulaciones, incluso reemplazadoras, utilizando materiales biocompatibles con los tejidos humanos, muchos de ellos investigados y conseguidos por astronautas, cosmonautas, taikonautas, durante su estancia en la ISS –Estación Espacial Internacional– desde su lanzamiento en 1998.
Ello ha hecho que diferentes oficios y profesiones –sin relación con la Medicina y la Cirugía, y que no es a preciso nombrar por ser de visión casi diaria– hayan considerado utilizar dichas prendas, fundamentalmente la bata y gorro, aunque no de un sólo uso y, a la vez, sin cambio, tocar todo lo que pille a mano, en referencia a los guantes.
ALFONSO CAMPUZANO
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