Con tal de no cambiar, los políticos son muy dados al culebreo, ya que todo cambio exige una adaptación a la que no están dispuestos, hasta que no hay más remedio — Alfonso Campuzano
A pesar de que la Carta Magna del reino de España no tiene fecha de
caducidad, se le ha caído el precinto hace unos cuantos años. Sin embargo,
debido al tiempo transcurrido, casi cuatro decenios tomando nota sin retocarla,
es de reconocer que precisa algunas enmiendas, ya que se ha podido comprobar
que estamos ante un sistema político caducado porque se ha convertido en un
ente endogámico, intolerable, pícaro y trilero, ya sea por mastodóntico o por
esquizoide.
Hemos tenido un ex presidente como Felipe González Márquez, que MINTIÓ al
decir que la OTAN de entrada no y de salida tampoco; un ex presidente como José
María Aznar López, que MINTIÓ al declarar la guerra a Irak; un ex presidente como
José Luis Rodríguez Zapatero, alias ZP, que MINTIÓ diciendo que no había crisis
económica, pero ganó las elecciones de su segundo mandato, y aún continuamos con la
crisis; un presidente como Mariano Rajoy Brey, que MIENTE diariamente desde hace
treinta y tres meses. Lo curioso es que ninguno de ellos ha cumplido el
programa electoral por lo que fueron votados. Así se comportan los votantes
españoles ante cualquiera de los comicios electorales.
Gracias a los casi medio millón de políticos españoles, sin haberlos rozado
ni de lejos la recesión económica que fraguaron y que más de un septenio dura,
los ciudadanos españoles, en agravio comparativo con el resto de los ciudadanos
europeos, han sentido en sus propias carnes unos recortes sociales totalmente injustos,
algunos de ellos ganados durante un período totalitario. Unos recortes que
debían haber sido hechos desde arriba hacia abajo, como indicaba Bruselas, y no desde abajo hacia arriba. Si estos políticos tuvieran un poco de sensibilidad, que
no tienen, demostrado está, aún están a tiempo de restituir lo despojado. Este
conjunto de personajes resultan ser muy caros para el erario del Reino de
España.
Desde Bruselas observan al Estado español como un
batiburrillo de desconcierto, preocupación y desconfianza, porque se está
empezando a conocer mundialmente como un país altamente litigante. Una fama que
no es buena para la marca España. Las demandas contra el Gobierno español se
acumulan, día tras día, en C.I.A.D.I., organismo arbitrario ligado al Banco
Mundial. Sobre todo debido a demandas de arbitraje en materia de Energía, comparándonos
a países como Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Algo que, ya va siendo
hora, necesita un cambio en el sistema político español. Y nunca mejor que hacerlo durante esta larga crisis.
La composición del Senado, una cámara cuyo comportamiento es el de un cementerio
de elefantes donde se retiran todos los deshechos de cargos públicos. Y quiérase
o no, debería ser reducido a 100 miembros. Independientemente
del número de habitantes, cada provincia debería tener un máximo de dos
diputados. Más que suficientes para realizar una labor casi de becarios.
El Congreso de los Diputados debe ser reducido a 150 miembros, en listas
abiertas. Independientemente del número de habitantes, cada provincia debería
tener un máximo de tres diputados. Las Leyes deberían ser dictadas por las
Cortes Generales para todos y cada uno de los españoles, incluidos los políticos.
Los componentes del Senado y del Congreso no podrían presentarse más de dos
Legislaturas.
Las regiones españolas, o comunidades autónomas, como mucho, deberían
emitir sólo normas, para lo que no serían necesarios los miles de parlamentarios
autonómicos actuales, pues sobrarían casi todos. Demasiadas bocas y manos. Sería
loable eliminar, cuanto antes, las cerca de tres mil barreras regulatorias
autonómicas para la creación y desarrollo de empresas. Actualmente todo se
resume a trabas, burocracia, restricciones, normas absurdas. Y además, ninguna de
ellas tendría necesidad de abrir embajadas en ningún país, pues para eso está
la marca España.
El aforamiento no se debería otorgar con beneplácito a miles de personas,
sino a una docena de personas, como mucho. Y son demasiados. El servicio al
Estado tiene sus normas y cuando se incumplen se paga la deuda.
Los dos periodos ordinarios de sesiones serían de once meses, en lugar de
los nueve actuales, y de lunes a viernes, en lugar de martes a jueves como
trabajan actualmente. Se comportarían como cualquier trabajador funcionario o
de la empresa privada. Su cargo se trata de un servicio al Estado, como presumen,
y no de sestear y vacacionar, como hacen. Como ejemplo: las miles de leyes que
jamás se aplican porque no tienen salida. Actualmente disponen de 105 días de
vacaciones anuales porque su trabajo reiterativo en cada Legislatura es realmente
agotador. Sería interesante que desaparecieran más de la mitad de los Ayuntamientos
y absolutamente todas las Diputaciones Provinciales, cuya regulación dura cerca
de dos siglos. Hora de cambio. Demasiadas bocas que alimentar y demasiadas
manos dispuestas a deslizarlas en el interior de la Caja.
En cuanto a la Ley Electoral necesita cambios profundos en su camino hacia la democracia. La financiación de todas las elecciones (generales, autonómicas,
municipales, europeas) pasaría de meter la mano en la Caja de las Pensiones
desde 1982 a ser un gasto del partido político (30%), del candidato (30%), del Estado
(30%). Si alguien quiere ser político que se lo gane. Sobran, por innecesarias,
todas y cada una de las subvenciones a los partidos políticos, fundaciones,
etcétera.
Todos los partidos políticos propondrían candidatos, previas elecciones
primarias en las que voten todos los afiliados, nada de delegados, para optar a
ser Presidente de Gobierno, Presidente Autonómico, Alcalde, Gobernador, con
posible segunda vuelta.
Si estas propuestas se consiguieran disminuiría bastante el saqueo
insaciable hacia el contribuyente.
Alfonso Campuzano
Sigue a @AIf0ns0
Alfonso Campuzano
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