lunes, 17 de agosto de 2015

DOPAJE


Cualquier sustancia sospechosa, irreconocible antaño, sin pruebas reales, por falta de dispositivo, y aún no inventado, tiene su tiempo de espera hasta que se comercialice hogaño - Alfonso Campuzano


En tiempo de tecnología punta, que tanto ayuda a mejorar la capacidad física de todo atleta de elite, nadie debería extrañarse que, casi a diario, alguna columna de cualquier tabloide escriba, no ya sobre deportes, sino acerca de sus entresijos, sobre todo si existe la más mínima sospecha que cualquier deportista de elite está en el punto de mira, microscópicamente hablando, relativo al análisis de sus fluidos corporales, para crucificarlo, consciente o inconscientemente y, de paso, para poder entretener al lector.
Sociedad y deporte, deporte y sociedad, crecen juntos como un sólo tronco, se intercambian sus saberes y procederes, igual que sus caldos de cultivo generadores de parafernalia.
Toda sustancia, sea alimenticia o no, conocida o desconocida, que es ingerida por el organismo, a sabiendas o por descuido, pasa al torrente sanguíneo para ser metabolizada por el hígado antes de ser excretada por heces, orina, sudor.
Como intermediario de este exceso actúa la sapiencia industrial, a la que se ha echado mano, más bien un lazo, de la que se requiere su participación, dado que la ruta emprendida para el análisis se entrelaza con la investigación, que resulta carísima, aunque con unos beneficios, que llegan a ser la parte del león.
Siempre ha existido un intervalo de tiempo, más o menos largo, entre la utilización potencial de una teórica sustancia calificada como prohibida y la captación efectiva de la misma por medio de la técnica descubierta.
El procedimiento analítico, con el paso de los años, se ha hecho más y más sofisticado, por lo que cualquier sustancia virtualmente sospechosa, irreconocible antaño, sin pruebas evidentemente reales, ya sea por falta del dispositivo adecuado, y aún no inventado, tiene su tiempo de espera a que se comercialice hogaño y así poder comparar las pruebas conservadas, posiblemente en frigoríficos adecuados.
Este tipo de espectáculo, como si se tratara de un circo, hay que superarlo en cada edición, y de hecho se supera, pues es mucho  el dinero que entra en juego, tanto para los atletas como para los dirigente u organizadores, sin que se olvide la industria, cada vez más cercana. Y, al final, blanco sobre negro, sálvese quién pueda.
Es de esta manera, y posiblemente no de otra cualquiera, como saltan a la palestra dudas/sospechas, a veces fundadas, sobre deportistas de elite que, pasada alguna década, cuando los méritos descansan en el olvido, son refutados, y a los que, si resultan haber sido unos farsantes, se hacen devolver sus trofeos.
¿Se quiere un deporte limpio? Siempre, y por encima de todo, pero, siempre hay un pero, tanto el deportista como el fabricante de ídolos quieren rebasar la línea roja o bien hacer equilibrios sin despeñarse sobre ella. Quien expone su dinero, según vox populi, quiere rentabilizarlo. El deportista aspira al trofeo y a la distinción. El patrocinador ambiciona recuperar con creces lo invertido. La industria pretende patentar y divulgar el aparato analista para venderlo a centros hospitalarios.


Alfonso Campuzano
Sigue a @AIf0ns0

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