Partiendo de una premisa dudosa —nada es verdad ni mentira—, desde hace más de 24 meses, el planeta sólo escucha, lee, ve —al menos en España—, que un coronavirus, concretamente el SARS-CoV-2, afecta a los seres humanos, sobre todo contagiando más que matando —311.276.893 contagios y 5.514.058 fallecidos a las 10:41 del 11/01/2022—, es decir, una cortina de humo transmitida frívolamente mediante cifras dramáticas en directo como nunca se habían atrevido a hacer los medios de comunicación, fundamentalmente subvencionados con dinero de los contribuyentes, obedeciendo las directrices marcadas a fuego por la voz de su amo.
La respuesta gubernamental ha sido el confinamiento de personas sanas —asintomáticas en el léxico político, que no médico—, en lugar de precatalogarlas de transmisoras, que lo son, pero nunca delincuentes, además de las contagiadas con síntomas más o menos graves, incluso críticos. No es un hecho aislado y actual, sino que paulatinamente la Política, en su egoísta beneficio, ha saprofitado a la propia Sanidad, al contar con una Medicina socializada desde hace más de ochenta años.
La obligatoriedad de usar mascarillas, ya sean quirúrgicas —están confeccionadas para ser únicamente útiles en el área quirúrgica—, ya sean hechas a base de cualquier tela, choca con la libertad individual de utilizarla voluntariamente, haciendo pensar que lo fundamental y políticamente correcto es que todo ser humano esté embozado.
La U.E. —léase Unión Europea— angustiada a mediados de 2020, demostrando inexperiencia, firmó un protocolo del que aún se desconocen los términos de las cláusulas y contrapartidas con media docena de laboratorios farmacéuticos, en el que fundamentalmente se los excluye de responsabilidad penal, si se producen efectos secundarios letales, secuelas imprevistas, al aplicar intramuscularmente un producto en fase experimental, mientras hacen responsables a los gobiernos que los compran. De ahí que la administración se haga mediante envases multidosis, manipuladas por sanitarios, de manera que, la responsabilidad, si la hubiera, sería a cuenta del manipulator, nunca del fabricante, porque hasta la fecha todas las vacunas eran expendidas en unidosis prestas a inyectar.
A esto hay que añadir que apenas se cita la vacuna rusa –llamada Sputnik V–, retirada del mercado occidental, hecho que ha provocado que en Rusia, y como contrapartida, para un turista no tenga validez otra vacuna que no sea la suya, y deba someterse a sus leyes.
Por último, las cifras transmitidas por los medios de información se olvidan fácilmente, pero para eso está la comparación tras la consulta estadística: tomando como ejemplo una semana del presente año se inicia con el triple de contagios, con más de un cuarenta por ciento menos de hospitalizaciones, con un treinta por ciento menos de pacientes en UCI/UVI, con un setenta y cinco por ciento menos de fallecidos por coronavirus SARS-CoV-2, que hace un año.
ALFONSO CAMPUZANO
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