martes, 7 de octubre de 2014

LA CADENA


Desde tiempos inmemoriales, incluso desde la protohistoria, esto ha sido así y poco, o nada, ha evolucionado la especie humana, desde el punto de vista de los valores morales. Y, por lo visto, muy poco los españoles, que nos dejamos hacer, nos lo hacen, como parece ser que los servicios de inteligencia de EE.UU. y Alemania esbozaron el guión de lo que conocemos como la llamada Transición. Siempre dirigiendo la batuta desde fuera. Ya se sabe, lo estamos viendo.
Los políticos de cada Legislatura, en vez de desarrollar la Constitución, que mucho nombran, pero que ninguno hace por respetarla, ya sea por alusión, ya sea por omisión, se han dedicado a desarrollar sus puestos de trabajo, a veces quintuplicados y más, con pingües beneficios, pensando en cómo escamotear, sin meditar en las consecuencias del galopante déficit en que han sumido a los contribuyentes españoles. Un auténtico latrocinio en el que cada uno de los interesados pensaba en cómo llevarse más, cada día, que su colega de despacho. Mientras tanto, metiendo mano en cada Caja que les pilla cerca, diciendo que ahorran, pero no se ve lo ahorrado, adjudicando precios europeos frente a sueldos africanos o asiáticos. Aparentemente se preocupan porque suben los gastos: materias primas básicas, electricidad, impuestos directos como IVA, IRPF e indirectos, pero no de los sueldos, que congelan y, cuando no, los bajan. Nada angelical y sí muy marianista. Todo ello ayudado por una falta de valores morales, que nunca tuvieron merced a la cuna. 
Si se rompe una correa de transmisión ésta no cumple su función. Si se rompe un eslabón de una cadena ésta no funciona. España actuaba gracias a que las múltiples y diferentes correas de transmisión y cadenas que existían a todos los niveles del Estado estaban muy bien engrasadas hasta que, poco a poco, gracias a la avaricia, al y tú más, a la falta de engrase, se fueron deteriorando, hasta quebrarse en la amplia cueva que alberga cuarenta ladrones de Alí Babá multiplicados por cien mil, y no precisamente Fils de Saint Louis.
Periódico de cualquier signo político que se abra, enseguida canta quién es el defraudador del día, como si de una oferta de supermercado se trata. Es el perfecto retrato de una España pervertida, mediante un pacto entre tunantes, guiado desde las alturas, que son muchas, que consistió en ofrecer a la sociedad unas "instituciones y partidos como si fueran democráticos" a cambio de hacer y deshacer con los Presupuestos Generales del Estado lo que les viniera en gana: empeñando de por vida a varias generaciones; vendiendo alegremente las reservas de oro; dilapidando la Caja de Pensiones, es decir, los ahorros exigidos a los trabajadores, restados legalmente de la nómina mensual; recortando, bajando y anulando nóminas en un ambiente de alborozo; mientras se turnaban, según soplara el viento de las votaciones, considerando a los contribuyentes españoles como si fueran subnormales. Ésta es la España que todo el mundo conoce, y que nadie, allende nuestras fronteras, cree en ella. Se lo ha ganado a pulso mediante una tropa de indeseables, la prensa dixit.
En esta, o en otra vida, todo se repite, todo es cíclico, veamos: Juan Carlos I, a los pocos meses de haber sido nombrado rey por las Cortes preconstitucionales, exigió la abdicación de los derechos monárquicos de su padre Ioannes III; así como él mismo, esta vez sin saber las circunstancias exactas, también ha sido obligado a abdicar por su hijo Felipe VI. Con o sin ayuda de una posible confabulación perifamiliar, que posiblemente la habrá habido. Es la vida del que, según el dicho popular, quién a hierro mata a hierro muere. Algo muy duro de asimilar. Pero es que las herencias traen esto, lo bueno y lo malo.
Ahora se puede entender la reticencia para contar con la aquiescencia del pueblo español que le votó cuando la cosa no tuvo remedio, y qué error: se presentaba como lo mejor de lo peor y, por tanto, ahí está, bueno, parece que está. No debiera estar permitido gobernar mediante ocurrencias teledirigidas, sino mediante un programa elaborado y que se cumpliera a rajatabla, porque casi todo está inventado.
Un gobierno marianista que sólo sabe hacer presupuestos, que posteriormente los invalida al tener la ingeniosidad de recortar lo fácil pero, eso sí, aumentando las horas de trabajo en puestos donde las manos se cruzan porque no hay nada que hacer, que los hay; reducir los sueldos a minima, si se comparan con otros países del entorno a los que nunca se podrán alcanzar, cuando la cesta de la compra y los productos básicos están por las nubes.
Se puede entender medianamente, gracias a los años transcurridos, por qué los barones del partido Unión de Centro Democrático (U.C.D.), y otros menos conocidos, aunque igual de amenazadores, hicieron dimitir a Suárez, más que por aburrimiento, quizá por el efecto inconfundible de una intimidación que proyectaba la sombra involucionista del futuro, que pretendían, que él conocía ya, y que él no deseaba, y que actualmente estamos a pocas lunas de cumplirse, si alguien no lo remedia pronto.
Estamos en la fase de marcha directa, pronto aparecerá la cuesta abajo, en un terreno de lija, los frenos desaparecerán y directamente contra la pared. Al presidente del gobierno le toca mover ficha disolviendo el Gobierno y las Cortes Generales y convocando de unas Cortes Constituyentes, lo que inauguraría la segunda parte de la Transición en la que se debe de dejar de lado las patochadas nacionalistas. No existe una o dos singularidades, como algunos políticos y periodistas afines se les llena la boca al nombrarlas. El reino de España es otra cosa, por ahora, diecisiete singularidades. Y el Ejército, según la Constitución, entre otras cosas, está para velar que no se desprenda ni un ápice de terreno.

Alfonso Campuzano

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