martes, 6 de junio de 2017

ENTRE TORPEZA Y VELEIDAD

Tenemos a nuestra disposición unos partidos políticos, entre mediocres y tóxicos, entre relajados en valores morales heredados y repletos de codicia y megalomanías – Alfonso Campuzano


El camino, iniciado en 1978, bajo el amparo de casi cuarenta años constitucionales, se ha ido sembrando de partidos políticos que han ido ejerciendo, y aun ejercen, una toxicidad ambiental, relajada de valores humanos que, como mochila, traían una bomba con espoleta retardada, en plan de metamorfosear paulatinamente el desacato a la Constitución y a la Justicia, ante la pasividad del Gobierno de reemplazo, sin que los votantes, subidos en la nube, hayan logrado desprenderse de las anteojeras.
La Historia de España escrita, pese a los miles de intentos de hacerla desaparecer, en cualquier época, casi siempre dictada por el mismo gen suicida, mediante criterios mediocres y heredados, nunca faltan testimonios, difícilmente puede ser borrada totalmente por la legalidad administrativa vigente, una forma torticera de administrar Justicia ante la Historia, salida de los Juzgados, que no evita ser el resultado de una revancha.
Disfrutamos de políticos con una megalomanía que no puede ser contrarrestada ni contenida gracias a la normativa dictatorial de sus partidos que, sin haber mostrado ni demostrado que saben gobernar, y menos administrar, tanto el bien común como el dinero de los impuestos, se atreven a presumir de saber hacer Leyes, que se suman, con algunos errores gordianos, a las veinticinco mil ya existentes, gracias a la tolerancia exhibida por los contribuyentes y votantes, que continúan permitiendo veleidades.
Mal puede ir el sistema cuando, el poder de los partidos políticos, a cualquier nivel, es lo que tiene, una vez conquistado, en su codicia, y despreciando la valía de sus electores ante las urnas, no cabe duda que siempre con ayuda de la ignorancia, generada por el buenismo y el bienquedismo, y del pelelismo, aferrado tan sólo a él, en una lucha sin igual, aplicando servidumbre, y mientras dejan, altera la convivencia ciudadana. Sin contar con que existen personajes que en su alardeo de laicismo demagógico, casi ignaro, reconocen solemne y socialmente a cualquier cultura, y no digamos religión, extraña a la suya, que le vio nacer.
Paulatinamente se ha ido instaurando, hasta casi desaparecer, quizá consentido, la modificación de la solidaridad entre regiones, en función de lo recaudado, gracias a la compra de votos políticos, mediante inventos de bonificaciones, subvenciones o quitas, incluso exenciones económicas, emisión de favores debidos a quienes no les corresponden por ser injustos, que rompen un principio constitucional; dañando la coordinación; provocando inseguridad jurídica; cediendo Tributos; adjudicando transferencias del Estado a través de los fondos de compensación; desencadenando graves desigualdades en la fiscalidad, sobre todo el anacrónico e insolidario régimen foral de Vasconia y Navarra, incuestionable regalía, que no tiene equiparación con el resto de las regiones españolas, y menos aún con la UE, pues facilita sustracciones hacendísticas, a la vez que extorsiona al Estado.
Y es que la sangría de dinero desencadenada entre el personal dirigente del Gobierno central y regiones autonómicas españolas es comparable a cualquier país riquísimo, al ser más edificante merodear, y rodear charcos, que dedicarse a chapotear en ellos cuando no va a conseguir vaciarlos.
Porque cada ciudadano es libre de sedarse, o anestesiarse, mediante el aliciente de un discurso que esté lo más acorde posible con sus conexiones neuronales.

Alfonso Campuzano

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