miércoles, 16 de agosto de 2017

FLETE HUMANO

Las fronteras entre países, además de ser sagradas y no ser caprichosas, preservan seguridad y salud ante delincuentes y enfermedades – Alfonso Campuzano

Ningún país europeo ha planteado con seriedad luchar contra el tráfico ilegal de cargamentos humanos, cuyo comportamiento es muy parecido al que se ejerce cuando se trata de droga o de tabaco; si bien, poco a poco, algunos gobiernos, aunque melindrosamente, se van haciendo a la idea que la burbuja migratoria debe atajarse in situ, invirtiendo en las naciones que no tienen recursos y, sobre todo luchando contra los que están haciendo caja, es decir, los traficantes.
Los flujos migratorios existen gracias al acuerdo entre mafias, que fijan los precios según la época del año, la nacionalidad, el tipo de embarcación, etcétera, porque se paga por todo, nada resulta gratis para traspasar fronteras, sobre todo las europeas que, quiérase o no, se han agrietado apresuradamente.
Desde siempre, las fronteras entre países nunca han sido caprichosas, sino más bien sagradas, pues han estado, y están, para custodiar y defender a sus ciudadanos de peligros, impidiendo la aceptación de malhechores, así como enfermedades de todo tipo y condición, tanto graves como letales, que puedan desencadenar una epidemia o una pandemia, según leyes muy diversas, tal que el quebrantador puede ser acusado de espionaje; condenado a cadena perpetua; desaparecido real; detenido indefinidamente; disparado; penado con cárcel o con trabajos forzados, sin posibilidad de recurrir.
Sin embargo, si se franquea ilegalmente la frontera española se consigue: certificado de empadronamiento; colegio gratuito para cada hijo; derecho a enarbolar la bandera de su país en manifestaciones de protesta; derecho a delinquir reiteradamente sin que le encarcelen ni le expulsen; derecho a utilizar los símbolos y normas de su religión, mientras ataca a los utilizados por a la mayoría de los oriundos; protección de políticos, instituciones y medios de comunicación, incluso más que los nativos; tarjeta de la Seguridad Social; trabajo y, en su caso, subsidio de paro; y, en determinados casos, derecho a votar.
La inmigración no se soluciona con acogidas, que no van seguidas de integración, sino con ayuda e inversión en su propio territorio. Asaltando fronteras soberanas no se solucionan problemas, sino que, desde la ilegalidad que acompaña al asaltante sin papeles en regla, se acrecientan. Por tanto, cualquier país que abra sus fronteras internacionales, siguiendo las directrices del pelelismo políticamente correcto, se puede considerar aniquilado.
Como humanos, y dado el incremento anual de inmigrantes irregulares, casi delincuentes, cada vez que invaden una frontera soberana, deberíamos sentirnos alegres, pero como sociedad, debemos estar tristes al prever cómo su presencia, sin ninguna garantía de seguridad ni de salud, puede desembocar en una catástrofe sanitaria, tanto para el bienestar como para la civilización y su cultura, que puede retroceder hasta desaparecer.
¿Que ha cambiado para que las fronteras soberanas no exijan la seguridad y la sanidad mínimas que defienda a los ciudadanos autóctonos de delincuentes y de enfermedades?
Entre el Estado acogedor y el inmigrante/refugiado acogido debe existir una generosidad recíproca, primando el ofrecimiento, por encima de todo, de su reasentamiento en zonas rurales despobladas donde puedan desarrollar un trabajo, y no engancharse a la dependencia de la subvención que le otorga la sociedad que lo admite.


Alfonso Campuzano
           
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