viernes, 22 de agosto de 2014

LA ESPIRADORA URBANITA


Lejos queda, grabada en la memoria, la imagen de aquella señorita con uniforme y tocada con cofia a quien la señora de la casa ordenaba limpiar, ayudada de un plumero, el polvo de cada rincón. Un polvo que, alzado inocentemente, en parte se respiraba, mientras que lo sobrante se recolocaba en su anterior emplazamiento. Menos lejano en el tiempo es la imagen del aspirador doméstico, que recoge el polvo, con el inconveniente de que el aire que expulsa no está purificado, aunque lo utiliza cualquier miembro de la familia. Más recientemente los diferentes Consistorios Municipales descubren las grandes máquinas aspiradoras automocionadas que recorrer las ciudades a gran velocidad.
Como complemento a estas grandes aspiradoras aparecen en el horizonte las pequeñas espiradoras, portátiles y mochileras, a motor, que funcionan a base de gasolina, posiblemente de bajos octanos, que se delatan, tanto por su ruido como su olor, contaminan el ambiente y, sobre todo, los pulmones, que se utilizan en ciertos rincones de difícil acceso teórico que necesitan el concurso de uno o varios trabajadores. La obsesión por ir reduciendo personal ha hecho que cualquier utensilio, como éste, no haya sido analizado en profundidad, sobre todo en cuanto a las consecuencias inevitables de su uso continuado sobre el aparato respiratorio. Resulta difícil comprender cómo el Ministerio de Sanidad ha dado su visto bueno a esta herramienta que esparce y traslada toda aquella materia ligera de peso, que pilla a su paso, elevándola a varios metros del suelo para aterrizar nuevamente, siempre acompañada de microrganismos que pululan a su antojo. Menos aún se entiende la postura de los médicos, aunque quizá no logran hacer comprender a las empresas para las que trabajan que se pueden desarrollar, y se desarrollan, ciertas enfermedades profesionales de difícil tratamiento, sin haber hecho prevención de las mismas, y creando a la larga una discapacidad, que la sociedad debe pagar.
Estas máquinas espiradoras, poco higiénicas, que se ven y se oyen, tanto en zonas públicas como privadas, son un invento, posiblemente procedente de algún país tercermundista, muy útil para aquellas ciudades que no pueden permitirse el lujo de comprar camionetas aspiradoras, mucho más saludables. Lo que parece, a simple vista, que es efectivo para la limpieza urbana de parques, jardines, aceras y calzadas, fundamentalmente en la temporada de la caída de la hoja caduca de los millares de árboles plantados en cualquier ciudad, no lo es para la persona que respira el ambiente empolvecido a causa del levantamiento brusco de múltiples y peligrosos gérmenes que anidan en el suelo, dispuestos a atacar a aquellas personas con bajas defensas.
Ante este tipo de máquinas, cómo no van a aumentar las alergias cada año, si es el propio cerebro humano quien dicta unas normas provocadoras cuando planta árboles malsanos que en cada primavera arrojan ingredientes perjudiciales, si es la mano humana quien revuelve la materia depositada en el pavimento urbano, en lugar de aspirarla con mimo.
Al expeler aire en chorro, la nube levantada por este aparato espirador, visible a muchos metros, envuelve al trabajador, protegidos sus ojos y sus oídos, aunque no la nariz ni la boca con una mascarilla, difunde la contaminación reinante que, a los pocos minutos, aterrizan nuevamente con toda clase de esporas y gérmenes, alterados y virulentos, por haber sido removidos tan bruscamente.
Cuando un Ayuntamiento decide crear espacios de ocio debe pensar en cómo higienizarlos sin necesidad de exponer, tanto a trabajadores como a ciudadanos indefensos, a cualquier enfermedad pulmonar, aunque lo que más prima es ir por detrás del accidente. Primero el descubrimiento y en segundo lugar el parche necesario. En vez de utilizar tanta máquina tercermundista provocadora se debería dar más trabajo voluntario o social a personas que no lo tienen, en lugar de auxiliar con un subsidio, por no hacer nada, que no ayuda mucho a la persona que lo recibe, y menos a la sociedad de la que depende.
No obstante, ahí queda la invitación para hacer una prueba en casa propia, lo mismo que hace el Servicio de limpieza en calles y jardines, con este tipo de maquinaria espiradora. Parece ser que es la única forma de ver la realidad. Por último, ¿qué decir de los secadores eléctricos de manos repartidos por los cuartos de aseo de lugares públicos? Tema que queda en el tintero.

          ALFONSO CAMPUZANO
          
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miércoles, 6 de agosto de 2014

SONRISA DE PRINCESA


Cuando la vista se fijó en aquella fotografía, y vio por primera vez aquella sonrisa infantil, se preguntó qué tenía de especial y, sobre todo, diferente a otras sonrisas de su misma edad. Aquel semblante, dejando de un lado el resto del cuerpo, tenía varios aspectos curiosos que merecían la pena ser analizados. En primer lugar, no cabía la menor duda que el origen de aquella sonrisa partía de un semblante infantil, no podía ser de otro modo. En segundo lugar, gozaba de algo muy representativo; tan representativo como que en su conjunto no estaba disimulado ni distorsionado con la intención de preservar su intimidad, como ocurría, y ocurre, habitualmente con los rasgos faciales de todos los niños menores de edad; hecho aceptado por todos los medios de comunicación del país. En tercer lugar, la titular de esta sonrisa lujosa, amplia, inocente actualmente tiene tan sólo ocho años de edad, pero ya la exhibe como quién descubre algo nuevo en el horizonte, algo con lo que un día tendrá que enfrentarse, algo en el inicio de su uso de razón. En cuarto lugar, esta niña, princesa desde la cuna, ha nacido de un matrimonio morganático,
Es precisamente, cuando se mira una y otra vez la imagen, cuando se da uno cuenta de que su edad biológica no se corresponde con su edad cronológica. Su edad cronológica es la que ha transcurrido desde el día en que nació. Algo no está aún armonizado en su naturaleza, algo no encaja, hasta que, de pronto, la comparación surge del recuerdo, cualquier otro niño o niña de su misma edad en la expresión de su sonrisa falta algo, que la princesa Leonor conserva aún. Pero, ¿qué puede ser? Precisamente, cuando uno lo descubre, continúa la sorpresa, pues aún no ha sustituido, ni siquiera iniciado el cambio y sustitución de los dientes primitivos, llamados vulgarmente de leche, por los definitivos ni tiene visos de que lo hagan en los próximos meses, aunque hay alguna teoría que sustenta la normalidad hasta los nueve años, que a punto está de cumplir. No obstante, en la actualidad, y de acuerdo con la media, la princesa Leonor presenta un retraso odontológico cuando, por regla general, el sexo femenino se adelanta al masculino en algunos meses. Por tanto, su edad biológica es menor que la que representa.
Ante este hallazgo iconográfico casual podría plantearse hacer, siempre y en exclusiva, desde el punto de vista médico, un diagnóstico diferencial, siempre sobre el papel y grosso modo, entre las posibles causas de este evidente retraso. Primeramente habría que citar a la genética, es decir, conocer si alguno de sus augustos padres padecieron este retraso, sin ser algo anómalo, por ley natural, en doña Leonor, esta causa repetiría lo que ya sería incuestionable. Un segundo fundamento, sin ningún genero de dudas, puede descartarse que haya nacido prematuramente. Una tercera posible causa podría ser de origen físico como el que acaso la princesa Leonor tuviera alguna patología en la boca, tanto en los dientes como en las encías. Un cuarto posible motivo podría ser una desnutrición, aunque no parece evidente, o sí una alimentación desequilibrada, quién sabe. Por último, y para finalizar, se podría pensar en un problema hemático tipo anemia con deficiente presencia de hierro en los hematíes.
Entre todas estas eventuales causas, de ser alguna, es seguro pensar que estaría en el camino hacia un tratamiento médico adecuado. Sin embargo, esta demora odontológica sólo admite poner en hora el reloj biológico del futuro a las puertas de la adolescencia.

Alfonso Campuzano

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