Lejos queda, grabada en la memoria, la imagen de
aquella señorita con uniforme y tocada con cofia a quien la señora de la casa
ordenaba limpiar, ayudada de un plumero, el polvo de cada rincón. Un polvo que,
alzado inocentemente, en parte se respiraba, mientras que lo sobrante se
recolocaba en su anterior emplazamiento. Menos lejano en el tiempo es la
imagen del aspirador doméstico, que recoge el polvo, con el inconveniente de
que el aire que expulsa no está purificado, aunque lo utiliza cualquier miembro
de la familia. Más recientemente los diferentes Consistorios Municipales descubren
las grandes máquinas aspiradoras automocionadas que recorrer las ciudades a
gran velocidad.
Como complemento a estas grandes aspiradoras aparecen
en el horizonte las pequeñas espiradoras, portátiles y mochileras, a motor, que
funcionan a base de gasolina, posiblemente de bajos octanos, que se delatan,
tanto por su ruido como su olor, contaminan el ambiente y, sobre todo, los
pulmones, que se utilizan en ciertos rincones de difícil acceso teórico que
necesitan el concurso de uno o varios trabajadores. La obsesión por ir
reduciendo personal ha hecho que cualquier utensilio, como éste, no haya sido
analizado en profundidad, sobre todo en cuanto a las consecuencias inevitables
de su uso continuado sobre el aparato respiratorio. Resulta difícil comprender
cómo el Ministerio de Sanidad ha dado su visto bueno a esta herramienta que
esparce y traslada toda aquella materia ligera de peso, que pilla a su paso,
elevándola a varios metros del suelo para aterrizar nuevamente, siempre
acompañada de microrganismos que pululan a su antojo. Menos aún se entiende la
postura de los médicos, aunque quizá no logran hacer comprender a las empresas para
las que trabajan que se pueden desarrollar, y se desarrollan, ciertas enfermedades
profesionales de difícil tratamiento, sin haber hecho prevención de las mismas,
y creando a la larga una discapacidad, que la sociedad debe pagar.
Estas máquinas espiradoras, poco higiénicas, que se ven y se oyen, tanto en zonas públicas como privadas, son un invento, posiblemente
procedente de algún país tercermundista, muy útil para aquellas ciudades que no
pueden permitirse el lujo de comprar camionetas aspiradoras, mucho más
saludables. Lo que parece, a simple vista, que es efectivo para la limpieza urbana
de parques, jardines, aceras y calzadas, fundamentalmente en la
temporada de la caída de la hoja caduca de los millares de árboles plantados en
cualquier ciudad, no lo es para la persona que respira el ambiente empolvecido
a causa del levantamiento brusco de múltiples y peligrosos gérmenes que anidan
en el suelo, dispuestos a atacar a aquellas personas con bajas defensas.
Ante este tipo de máquinas, cómo no van a aumentar
las alergias cada año, si es el propio cerebro humano quien dicta unas normas provocadoras
cuando planta árboles malsanos que en cada primavera arrojan ingredientes
perjudiciales, si es la mano humana quien revuelve la materia depositada en el
pavimento urbano, en lugar de aspirarla con mimo.
Al expeler aire en chorro, la nube levantada por
este aparato espirador, visible a muchos metros, envuelve al trabajador,
protegidos sus ojos y sus oídos, aunque no la nariz ni la boca con una mascarilla,
difunde la contaminación reinante que, a los pocos minutos, aterrizan
nuevamente con toda clase de esporas y gérmenes, alterados y virulentos, por haber
sido removidos tan bruscamente.
Cuando un Ayuntamiento decide crear espacios de
ocio debe pensar en cómo higienizarlos sin necesidad de exponer, tanto a
trabajadores como a ciudadanos indefensos, a cualquier enfermedad pulmonar, aunque
lo que más prima es ir por detrás del accidente. Primero el descubrimiento y en
segundo lugar el parche necesario. En vez de utilizar tanta máquina tercermundista
provocadora se debería dar más trabajo voluntario o social a personas que no lo
tienen, en lugar de auxiliar con un subsidio, por no hacer nada, que no ayuda mucho
a la persona que lo recibe, y menos a la sociedad de la que depende.
No obstante, ahí queda la
invitación para hacer una prueba en casa propia, lo mismo que hace el Servicio
de limpieza en calles y jardines, con este tipo de maquinaria espiradora.
Parece ser que es la única forma de ver la realidad. Por último, ¿qué decir de
los secadores eléctricos de manos repartidos por los cuartos de aseo de lugares
públicos? Tema que queda en el tintero.
ALFONSO CAMPUZANO
Sigue a @AIf0ns0
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