La búsqueda de la salud es un derecho, que nada tiene que ver con los juegos de azar, otra cosa es dar con ella – Alfonso Campuzano
Menos mal que los fármacos denominados vulgarmente vacunas no se expenden con denominación de marca blanca ni como medicamentos genéricos –por ahora, y se desconoce cuánto tiempo durará–, si no la especie humana, en ciertos territorios adictos a esta barbaridad farmacéutica, que bastantes años dura, se enteraría de la cruel realidad sanitaria a la que está expuesta.
Toda aquella persona que no se vacuna por repudio a la prevención, o se vacuna a destiempo, irremediablemente pone en riesgo catastrófico la vida de sus congéneres, que puede llegar a ser letal –unos tres millones de muertes anuales–, ya sea en la familia, en la guardería, en el trabajo, en el país acogedor de los ilegales inmigrantes & refugiados, porque no se trata de una vulneración del derecho a la libertad ideológica individual, sino de un derecho a la defensa de la salud del entorno social circundante.
Cuando se lee, o escucha, algo relacionado con medicamentos denominados por el principio activo –genéricos, marca white–, todo se resume en que con ellos se genera un ahorro que permite mantener la sostenibilidad del sistema sanitario –sin pensar que, para sostener a todos los políticos, los contribuyentes deberían ahorrase la mitad de todos ellos–, cuando lo más importante, desde el punto de vista profesional médico, para no desequilibrar el binomio salud-enfermedad, no es ahorrar en medios, sino prevenir utilizando los mejores posibles hasta conseguir la curación de cualquier enfermedad.
Un medicamento antibiótico genérico tarda en abolir la infección muchísimo más tiempo que uno de firma, con lo que se traduce en perdidas económicas por bajas laborales. Quizá no sea como cuentan, aunque sus cuentas sí que cuenten a final de mes, es decir, se ahorra el chocolate del loro de un departamento ministerial, mientras que el gasto aumenta en otro, y de qué manera. La experiencia así lo dicta, incluso en experiencia propia. En cuanto a los medicamentos ansiolíticos genéricos se ha comprobado que tampoco consiguen controlar el problema en el tiempo mínimo deseable.
El Gobierno alternante, al ser intervencionista en todos los productos farmacéuticos –decreta el precio y, por tanto, el IVA–, sin importarle la composición de los medicamentos genéricos –que varían a la baja, en cuanto a la miliequivalencia del principio activo original, a la dosis, a la forma farmacéutica–, respecto a los medicamentos de marca, de ahí que sean más baratos, independientemente de que ya no tengan que pagar royalties, consiguiendo un beneficio económico proporcional, de manera que, en el resultado final, se trata de un atentado contra la salud en el que pierde el paciente consumidor.
La otra cara de la moneda es que los profesionales, por imperativo autoritario, sienten el aliento en el cogote cuando no recetan productos farmacéuticos genéricos, de manera que prefieren enviar a los pacientes a la Clínica de Dolor, donde el gasto está controlado, pero la eficacia no. Y, de paso, como teóricamente, los pacientes son de edad superior a sesenta años, motivo más que suficiente y adecuado para dormirlos. En cambio, si los recetan su sueldo anual aumenta en incentivos. Una situación sanitaria que ya se ha dado en llamar la dictadura de genéricos.
Y, ¿qué decir de los anuncios de fármacos, no subvencionados por la Sanidad?, pues que, a ciertas horas, ocupan más del 80% del espacio dedicado a ellos en todas las televisiones.
Pero se sigue insistiendo en lo barato cuando, a la larga, resulta caro, y más en Medicina, aunque pocos se lo crean. La calidad, la eficacia, la seguridad, de los tratamientos jamás puede llegar de la mano de los medicamentos genéricos, de las marcas white, porque la búsqueda de la salud no es un juego de azar.
ALFONSO CAMPUZANO
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