Un parlamento,
como el catalán, que no se atreve a poner firme a Jordi Pujol significa que
todos sus componentes comen de su mano. Hacen lo que dicta, y a callar. Ni en
vano detenta el título de porcentajista, otorgado el mismo día en que fue
sobreseído el desfalco de Banca Catalana. Si él, el gran personaje sobornable
de la democracia, que se sepa, dice a los cuatro vientos que no es un corrupto,
es como para echar a correr hasta la primera frontera y abandonar este país definitivamente,
a la vez que hacer una llamada de atención a los académicos de la lengua
española para que cambien el significado de la palabreja y la adapten al
discurso del Molt Deshonorable.
La definición de corrupto es inaceptable por ser emitida como subjetiva,
cuando realmente se debe hacer de manera objetiva y él no es quién para
definirse, sino que es algo que le debe calificar, precisamente quien le tenga
que juzgar, si es que se atreve.
Teniendo presente
que si no se respeta la Ley, que no se ha respetado, en cuanto a corrupción se
refiere, desde el nacimiento de la llamada Democracia, mediante unos partidos
políticos que aún se rigen bajo una estructura dictatorial, antidemocrática, sin visos de
cambio, ¿de qué país estamos hablando? Sólo algún que otro despistado magistrado,
al que también se le intenta corregir desde las alturas, casi inmediatamente, intenta
hacer prevalecer la ley, sin conseguirlo total y definitivamente.
Mientras tanto,
toda la parafernalia independentista, que dura demasiados años, cuesta mucho dinero
a los contribuyentes españoles, que bien se reparten los políticos, diciendo
a viva voz que lo hacen así porque están sirviendo al Estado, el llamado modus vivendi de su escarcela. Entre
tanto, ¿no es malversar dinero público mandar hacer miles de urnas para una
consulta que no se contempla en toda la letra de la Constitución?
Parece como si Mas
hubiera conseguido el fin que perseguía, la provocación, y no ha pasado ni está
pasando nada, lo que hace pensar que, tanto en gobierno central como todos los
políticos de este país, están en connivencia, por aquello de que en el próximo mañana
les toque a ellos. Es la filosofía política ampliada del do not touch.
Ya, desde el lejano 1978, ciertos políticos han tratado de traicionar la
Carta Magna, fundamentalmente las tribus nacionalistas, con sus mentiras, que
parecen creérselas, auténticos suicidas, como cuando, hace seis años, Ibarretxe
se defenestró políticamente, hecho que Mas no parece que haya sacado
conclusiones. Y es que las palabras escuchadas, dependiendo del tiempo
transcurrido, marean, tal y como lo están haciendo.
Partiendo de una
premisa verdadera como es que la región catalana nunca jamás ha sido una colonia
española, ¿por qué todos los Gobiernos empecinados, unos tras otros, la han
dejado llegar hasta donde lo ha hecho? ¿Acaso todos los Gobiernos le han debido,
y le deben, demasiados favores escatológicos? Porque, por ahora, todos los
Gobiernos siguen estando indecisos en la aplicación legal. Están tardando mucho
en aplicar la ley que desarrollaron, cuando para otros no tardan tanto, incluso aceleran. Un
desgaste económico, político y social innecesario. Es como si estuvieran
aplicando una medicación genérica, incluso un placebo para curar la rabia.
Y si Cataluña no ha sido una colonia española, sólo en
ensoñaciones de ciertos iluminados, pese a la ayuda de sus mamporreros pseudohistoriadores,
en el caso hipotético que los españoles, siguiendo a la Constitución, la dejen
ir libremente de rositas, su deuda sería sólo su deuda, quiera o no, y no, como pretenden, que la paguen el resto de los españoles.
Desde la evidencia
natural de la ilegalidad, la naturaleza es ilegal, una vez que el hombre con su
inteligencia, con sus intereses, articula la ley que pretende, presenta algo
ilegal como legal, nace la legalidad. Cuidado con los desvaríos visionarios.
Y, el Gobierno, ya que
adormece, preferible sin adormidera.
Alfonso Campuzano
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