Desde el punto de vista del ser humano, mientras no haya un avance científico exponencial a lo conocido actualmente, es complicado pretender ser viajero intergaláctico – Alfonso Campuzano
La carcasa con la que se viste el ser humano está concebida para habitar –sólo y exclusivamente– en esta nave espacial azul, así que, si desea explorar el inmenso cosmos, incluso exiliarse o huir, no tendrá más remedio que sufrir una mutación, fundamentalmente porque la estructura corporal actual con sus sistemas, sus aparatos, sus funciones, están magníficamente adaptados y regidos por la acción de la gravedad terrestre, de manera que, cuando se ponen en contacto con la ingravidez, desaparecen paulatinamente, como ya se ha documentado en diferentes experimentos llevados a cabo desde la década de los cincuenta del siglo pasado –concretamente desde el primer vuelo espacial protagonizado por la antigua U.R.S.S./C.C.C.P. en 1957–, sobre todo cuando la totalidad del conjunto realizado no ha visto la luz, quizá debido a que se trata de una información demasiado compleja para quienes no tienen suficiente formación académica adecuada para entender, no sólo en cuanto a referencias científicas, sino a cualquier información banal, como en el día a día se ve, gracias a los ocho planes de Educación en los últimos cuarenta años.
No es ningún demérito, sino el resultado del cociente intelectual, por ley natural, –ella sabrá porqué–, que no goza de uniformidad en esta nave espacial azul, sino que hay de todo, como debe ser, en la viña del señor, para que no cunda el aburrimiento. Todos los seres vivos, incluidos los humanos, tienen la suerte de disfrutar, a la orden del día, de un ambiente autoabastecido, autosuficiente, inagotable, como si fuera –que lo es–, un bucle alimentario, un gigantesco holocausto –como bien decía Robert Charroux en los años setenta–, entre sus moradores, pues unas especies se alimentan de otras, desde el principio de los tiempos, que continúa y continuará, porque quizá sea la fórmula ideal –a modo de nave-presidio– para no tener que emprender la fuga en supuestos viajes interplanetarios, salvo por necesidad extrema, de manera que, lo inimaginable está por descubrir, que se descubrirá a su debido tiempo. ¿Por qué? Que responda quienes sepan las respuestas.
Lo que está medianamente claro, desde hace más de seis décadas, es que el ser humano, tal y como se conoce vigentemente, no tiene la más mínima aptitud ideal para convertirse en un viajero interplanetario, ya que requiere una adaptación gradual, una transformación, en síntesis, una mutación, para poder vivir fuera de esta nave espacial azul. Así que, fuera de la atmósfera y de la gravedad terrestres, el ser vivo tiene que soportar diversas alteraciones en sus ritmos circadianos, experimentar cambios somáticos y cerebrales muy importantes, esencialmente para ir desacostumbrándose a la cadencia del día y de la noche, además de la ausencia proporcionada por el Sol, todo ello regulado por una región cerebral importante denominada hipotálamo.
Si se consiguiera tal mutación, adecuada para realizar una pretendida odisea espacial, es más que probable que el ser humano terrestre ya no sería lo que fue, estructuralmente hablando, ni siquiera podría retornar con las mismas características anteriores, a no ser que se le posibilitara el procedimiento inverso. Pero ¿para qué?
ALFONSO CAMPUZANO
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