Pobre de aquella generación que no adquiera el conocimiento, la experiencia, los valores morales, de sus mayores – Alfonso Campuzano
Se hace difícil recordar exactamente cuándo de manera sutil se fue introduciendo en el día a día la frase de cuidados paliativos en Medicina, y de quién partió la idea, es más, ni siquiera es fácil recordar la noción de ellos mientras estudiaba en la Facultad, no sé si por no haber prestado suficiente atención, por desinterés, o quizá por no existir tal lección.
Es posible que fuera tomado en consideración, a finales del siglo pasado o principios del presente, por las nuevas generaciones de estudiantes y médicos en ejercicio, como si se hubieran dado cuenta de que había que dar solución a los miles de millones de habitantes de este planeta azul.
Unos cuidados importados, no cabe la menor duda, y ejercitados por quienes tienen en su mano tal práctica de sedación en unidades de cuidados/vigilancia intensiva (U.C.I./U.V.I.) apropiadas para ello. Una vigilancia con doble vertiente. Pacientes recuperables e irrecuperables. La siembra había sido hecha en su momento y el fruto se está recogiendo actualmente.
Se va dando como buenista que la naturaleza ya no señala día y hora del arrebato terrestre del paciente terminal, sino que la sociedad politizada ha encauzado a una mano galénica –léase médico intensivista– que impone y exige la inyección letal para dejar sitio a otra persona más necesitada, siempre con un desconocimiento total, porque no es pitoniso, la fecha individual de caducidad natural.
A partir de aquí, salvo por accidente, al enfermar de lo que sea, el ser humano tiene los días contados para que, el gasto sanitario probable que ha estado cotizando durante toda su vida laboral, no pueda extralimitarse ni un solo euro de su ahorro.
Lo curioso es que tal decisión, como la mayoría, no ha sido tomada por los ciudadanos –contribuyentes y votantes–, sino que ciertos partidos políticos, casi todos, erigiéndose en dioses, toman decisiones que no están escritas en ningún programa electoral o bien, si lo están, es en letra diminuta, casi virtual.
La jubilación, la senectud –visto lo visto–, es una carga social y familiar de la que hay que deshacerse cuanto antes, no interesa en un mundo devenido en ejetreado, acelerado, incluso impaciente.
El ministro japonés de Fianzas, en enero de 2013, Taro Aso, de 72 años, se atrevió a declarar públicamente que las “personas mayores deben darse prisa y morir para aliviar los gastos del Estado en su atención médica”. Unas personas que, como trabajadores, y no como políticos, han pagado sus impuestos.
La director general del F.M.I. –léase Fondo Monetario Internacional– Christine Madeleine Odette Lagarde, de 64 años, actualmente presidente del B.C.E. –léase Banco Central Europeo– dijo: “los ancianos viven demasiado, y eso es un riesgo para la economía global”.
Ambos ejemplos de personas que no son jovenzuelos, como si a ellos no les afectara tal rasurado de sus palabras.
También el llamado N.O.M. –léase Nuevo Orden Mundial– que proclama la “desaparición de la población innecesaria: abuelos, tercera edad, viejitos, discapacitados, pobres, que son una carga para la sociedad”.
Y, por simpatía, también difunden por las redes ciertos militantes comunistas españoles diciendo que “los ancianos inútiles sobran, que sobran momias, que mejor muertos”. Lo que se traduce en odio sin que nadie haya tenido la valentía de defender con la ley en la mano los valores morales adquiridos y la cotización social por los años trabajados.
De hecho, durante los cien días que duró el estado de excepción decretado por el gobierno socialcomunista, a causa del coronavirus SARS-CoV-2, ciertos hospitales, unos más que otros, por indicación del mando único gubernamental, impidieron que ingresaran en las camas de UCI’s/UVI’s personas mayores, en contra del Juramento Hipocrático, de ahí que la cifra real de fallecimientos en residencias es de 32.843, mientras que la oficial es de tan sólo 19.643 personas.
En contra de las difusiones comunistas hay que decir alto y claro que los viejos, como despectivamente los nombran, no arruinan el futuro de nadie, sino que, con su esfuerzo, ayudan los jóvenes. Los viejos nunca jamás deciden el destino de nadie, sino que cada uno, los jóvenes en particular, son responsables de sí mismos, y no necesitan muletas. Los viejos no deciden el voto de nadie, sino que cada uno vota según su conciencia y saber.
Así que, concluyendo, parece que el planeta azul no es un mundo para longevos.
ALFONSO CAMPUZANO
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