Ciertas herramientas de trabajo, ante cualquier esfuerzo físico, por muy útiles que aparenten ser a simple vista, no son todo lo beneficiosas y adecuadas para mantener íntegramente la salud – Alfonso Campuzano
Hace varios años que los municipios, además de algunas empresas privadas dedicadas a la jardinería, descubrieron que el mercado ponía a su disposición unas pequeñas máquinas espiradoras, a motor –portátiles y mochileras–, desconociendo que eran ínfimamente higiénicas; que impurifican el medio ambiente con su olor a combustible fósil barato; que contaminan el entorno mediante el ruido de sus excesivamente elevados decibelios; que transmiten enfermedades a través de la vía aérea.
Espiradora urbanícola
Pero lo verdaderamente preocupante de tales aparatos es que son muy perjudiciales para la salud; fundamentalmente porque afectan al aparato respiratorio del personal que lo maneja, puesto que camina envuelto en una nube de material tóxico despedida por tal utensilio, así como del transeúnte que circula por su lado; en síntesis, que trastocan el ecosistema urbanícola.
Uno de los mayores inconvenientes que tiene la función de esta herramienta de trabajo es que esparce con brusquedad un chorro centrífugo de aire materialmente sucio en el que está cubierto todo aquel componente ligero de peso, que pilla a su paso.
La aglomeración así conformada transporta detrītus vegetales envueltos de polvo atmosférico, con el agravante de elevarla a varios metros del suelo para aterrizar en cualquier zona imposible de seleccionar de antemano y sus alrededores, incluso en el cuerpo de la persona que maneja el aparato, y sin olvidarse de los viandantes.
Asimismo, muy bien acompañada siempre de múltiples y peligrosos microorganismos, alterados y virulentos, que pululan a su antojo en el suelo –semejantes a ácaros, bacterias, hongos, polen–, dispuestos a atacar a todos y cada uno de los seres vivos.
Quienes más pueden sufrir sus consecuencias son, sobre todo a aquellas personas portadoras de bajas defensas inmunológicas al implicarse e interaccionar con eventuales patologías respiratorias –equivalentes a asma bronquial, cáncer, cardiopatías, ictus–, pudiendo causar diversas alergias –afines a alveolitis, dermatitis, neumonitis, urticaria–, lo que genera un cuadro de enfermedades profesionales que pueden llegar a abocar en una discapacidad física.
Ante todo esto, resulta muy difícil comprender cómo el Ministerio de Sanidad, en sus diecisiete variantes –diecisiete consejerías autonómicas–, lo mismo que el departamento de Medicina Preventiva de cada Empresa –ya sea pública o privada–, ha dado su visto bueno a un utensilio de trabajo tan antihigiénico, tan perturbador para la convivencia saludable ante posibles consecuencias imprevisibles e inevitables de su uso continuado, fundamentalmente sobre diversas partes del organismo humano.
Por ello, las autoridades sanitarias competentes deberían exigir, por una parte, y con carácter de urgencia, la instalación de un silenciador que ampare a la vecindad de su contaminación acústica ambiental y, por otra, tan urgente como la anterior, que los trabajadores, preventiva e ineludiblemente, porten un casco protector que resguarde la vista, el oído, la nariz y la boca, aparte de un traje hermético por el que no pueda traspasar el polvo esparcido.
Por ello, las autoridades sanitarias competentes deberían exigir, por una parte, y con carácter de urgencia, la instalación de un silenciador que ampare a la vecindad de su contaminación acústica ambiental y, por otra, tan urgente como la anterior, que los trabajadores, preventiva e ineludiblemente, porten un casco protector que resguarde la vista, el oído, la nariz y la boca, aparte de un traje hermético por el que no pueda traspasar el polvo esparcido.
Pensando en el bien común, es poco sensato, sobre todo pernicioso para la salud, no tener en cuenta la exposición de estas pautas de higiene colectiva urbanícola.
ALFONSO CAMPUZANO