Tanto los días moscosos como los canosos no son un regalo para los empleados públicos, sino que se disfrutan a cambio de no actualizar el poder adquisitivo y restando a la nómina anual varios días – Alfonso Campuzano
A propósito de los funcionarios, que gracias a las centrales sindicales mayoritarias y de ideología izquierdista, consiguieron varios días de asueto en lugar de recibir dinero en efectivo, que dio lugar a una pérdida notable de poder adquisitivo, viene a la memoria el cómo se alcanzó esta barbaridad, mediante una fórmula torticera –políticamente hablando– que todo, o casi todo, el mundo critica.
Hasta el año 1983, los empleados públicos –funcionarios, laborales, estatutarios–, aparte de sus vacaciones reglamentarias anuales, disponían de tres días de holganza durante la Semana Santa y otros tantos durante la Navidad, negociando personalmente los turnos reglados de arriba abajo, siempre y cuando los servicios estuvieran cubiertos. Total: seis días vacacionales más al año.
Sin embargo, finalizando dicho año, al ministro de la Presidencia del primer gobierno socialista de Felipe González, Javier Moscoso –aducido del semiesfumado partido UCD–, se le ocurrió pactar con las centrales sindicales algo más reglamentado, y qué menos que tomar como base precisamente tales días, que ya se disfrutaban preconstitucionalmente, aunque renombrándolos rimbombantemente como días de libre disposición o días de licencia o días de permiso por asuntos particulares, previa autorización, ya que el poder adquisitivo iba en picado desde los años sesenta, aproximadamente un 700%, por desidia política para ponerlo al día.
Con este simulacro de pacto, más bien una imposición gubernamental, apoyada conniventemente en una colaboración necesaria de franca responsabilidad sindical, se consiguió trilear dinero a cambio de no añadir más días que los que ya se evidenciaban, con una segunda parte cercana a la esquilmación por capítulos, cuyo resultado final se tradujo al reducir la nómina, pues a partir de tal momento ya no cobran por 365 días al año –366 días en año bisiesto–, sino por tan sólo 360 días –12 meses de 30 días–. Con tal componenda, los empleados públicos se sintieron engañados por esta jugada, considerada maestra, que no resistía el más mínimo análisis razonable ante el gol metido en la propia portería, con la connivencia de las centrales sindicales mayoritarias afines al gobierno, a la voz de su amo y señor, y aún siguen, hasta el momento, porque nadie se ha atrevido a reformar. El enemigo en casa.
Ni el gobierno concedió un día más de los que habitualmente se disfrutaban, ni se mejoró el poder adquisitivo perdido, aunque fuera mínimo en parte, sino que, a cambio, el Estado se ahorró, y aún se ahorra, 5-6 días al convertir cada uno de los 12 meses en 30 días, lo que favorece el trabajo contable en perjuicio del trabajador. Vamos, una auténtica necedad.
Así que, los días llamados vulgarmente moscosos –vocablo admitido por la RAE–, aunque se disfrutan, no se pagan como las propias vacaciones. Y desde tal época, más de tres décadas después, el tripartito –empleados públicos, administración, centrales sindicales–, mantienen la mudez.
Posteriormente, nacieron los llamados días canosos, también para no pagar la perdida de poder adquisitivo. Y es que vacaciones sin dinero no marida bien, casi lo mismo que dinero sin vacaciones.
ALFONSO CAMPUZANO
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