La vida, aunque no se
acepte, está regida tácitamente por reglas más o menos evidentes - Alfonso Campuzano
Actualmente pocas personas dudan que el deporte entraña espectáculo pues, como tal, el espectador pide consciente, o inconscientemente, más y mejor, una superación, ya sea individual o colectiva, cuyos límites aún alcanzan lo desconocido, así como las mismas leyes de la Naturaleza tan ignoradas para la especie humana. Por tanto, es hipócrita pretender asistir a un evento deportivo sin que de antemano se intuya si el reto planteado sobre el papel va a ser llevado al límite, incluso sobrepasarlo, un hecho por el que lucha todo deportista.
En ocasiones, las más de las veces, el deportista en base a su
entrenamiento diario y en su planificación alimenticia diaria, acompañada de
suplementos vitamínicos, es captado como un cobaya, prestándose a algún
experimento de cierta sustancia química, que no droga, de difícil detección,
porque en el instante de la propuesta aún no se ha inventado la máquina
adecuada, es un decir, que acuse con prueba evidente que se ha transgredido tal
o cual ley decretada puntualmente.
La investigación necesita de un banco de pruebas propio de toda
experimentación sensata, sin saltarse un solo peldaño, a fin de que la especie
humana no pague la factura, sin embargo, esto no se hace habitualmente con el
deportista.
De ahí que, desde hace alguna que otra década, parte de
las muestras de los análisis, a los que se obligan realizar a los deportistas son
guardadas, de manera que a posteriori,
justo hasta el momento en que aparece en el mercado el sistema adecuado para
descubrir el producto sospechoso. Las sustancias que tardan más tiempo en ser detectadas
son las más desconocidas en cuanto se refiere a efectos secundarios a largo
plazo.
Habitualmente, las sustancias que se utilizan como doping nada tienen que ver con las
drogas, un calificativo que sirve para enmarcar todos aquellos principios, más
o menos químicos, que aún no circulan o no tienen cabida en los mercados de la
legalidad, algo que habitualmente no se conceptúa en los medios de comunicación
y que conduce a cierta confusión en la propia sociedad. Otra cosa es que,
además, y como decisión personal coadyuvante, el deportista añada algún
componente prohibido de antemano, lo que aumenta el riesgo de deterioro físico a
corto plazo.
Sin embargo, no es de extrañar ni se descubre nada fuera de lo común, que
un deportista provisto de facultades fisionómicas sobresalientes, algo que sólo
donan los genes a los elegidos por la naturaleza, cuando se ve enfrentado a un doping, aunque sea mínimo, sus éxitos se ven multiplicados
exponencialmente. Lo que está claro es que un mediocre deportista, por mucho que
se estimule con algún que otro principio químico, jamás conseguirá alcanzar la
gloria.
Mientras tanto, quien disfruta del espectáculo, léase aficionados o bien
seguidores, le trae al pairo la conveniencia o no de la administración de
sustancias naturales o de laboratorio, de las cuales, la mayor parte de las
ocasiones, se desconocen sus auténticas propiedades y, sobre todo, sus efectos
secundarios a corto y largo plazo, que son los que degradan la naturaleza
humana.
Alfonso Campuzano
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