La propina debería ser un gesto de agradecimiento, pero nunca jamás una imposición, casi empresarial, que supliera defectos pecuniarios y mantuviera una economía sumergida dirigida hacia la corrupción – Alfonso Campuzano
La propina para un español, dada la consecución de un sueldo mínimo interprofesional, es un agradecimiento muy particular a un servicio muy concreto, porque se supone que todo profesional ejerce lo mejor posible, y sin esperar nada a cambio como muestra de gratitud.
Y conviene recordar que la propina está arraigada en unas profesiones más que en otras, incluso en algunas es inconcebible como que, en ciertos países, lo consideran tal oprobio que inician una persecución hasta conseguir devolverla.
Es cierto que antes de los años ochenta había oficios, quizá por falta de regulación adecuada, como por ejemplo la hostelería, en que las familias vivían casi exclusivamente de las propinas, mientras que hoy día no tanto, salvo como algo meramente extraordinario, y sin ser fundamental, a lo que nadie hace ascos, porque para eso está presente el sueldo mensual.
Sin embargo, traspasando la frontera española, en los oficios que no han conseguido un sueldo mínimo interprofesional medianamente digno, la propina trata de suplir los defectos, es decir, estipula una imposición con cargo al cliente, que no a la empresa, avalada por..., lo que supone un tanto por ciento más en la factura final de la consumición, muchísimas veces en desacuerdo con tal cantidad.
Tales propinas, si se piensa con detenimiento, no están al corriente con el correspondiente ministerio de Hacienda, lo que significa cruda y llanamente dinero black, da igual que sea poco, o muchos pocos, porque a la larga, se quiera reconocer o no, entran en el terreno resbaladizo de la corrupción.
Tanto se critica al reino de España por muchas cosas, quizá demasiadas, pero no precisamente por las propinas. Sin embargo, sí se mantienen obligatoriamente en casi todos los países europeos y americanos tal dinero negro generado, que compensa y, sobre todo, protege una economía sumergida.
Da lo mismo que sea un país primermundista que tercermundista, porque la exigencia es similar en cuanto uno se ausenta de España, con pelaje de turista, ya sea por vacaciones en cruceros, a playas, a visitar monumentos, o bien por motivos estrictamente laborales.
Otra cosa es la política que, sin ser reconocida como profesión, sus protagonistas pretenden que lo sea, agrandando los vicios intrínsecos que tiene la propina, es decir, añadir al sueldo una serie inacabada de beneficios, que no cotizan al ministerio de Hacienda y, menos aún, a la Seguridad Social, lo cual se traduce institucionalmente en dinero opaco e insolidario, encaminado hacia la corrupción.
He aquí la exposición de una serie de propinas, con o sin crisis, a las que tienen acceso Sus Señorías, y que no disfrutan las demás profesiones:
–Asistentes personales, tan criticado a los funcionarios militares, tanto oficiales como jefes, en época dictatorial, hasta conseguir hacerlos desaparecer, aunque resucitados en la actual partitocracia;
–Complementos remunerarios varios;
–Cuotas mensuales gratis de los teléfonos celulares con wifi y de los fijos con fibra;
–Alojamientos, sobre todo en hoteles de cinco estrellas, gran lujo, cuyo ejemplo más sangrante ha sido el de un diputado catalán, en un hotel madrileño situado frente al Congreso de los Diputados, en suite reservada con nombre propio durante 24 años, aunque utilizada aproximadamente 72 días al año.
–Chóferes particulares;
–Comidas de trabajo en restaurantes de postín;
–Comisiones de duración interminable;
–Computadoras y teléfonos celulares personales de última generación;
–Despachos injustificables;
–Dietas de todo tipo y condición;
–Indemnizaciones postcargo público, que nunca jamás recibe un funcionario con plaza fija por oposición;
–Pago de desplazamientos en taxi, kilometraje de automóvil propio;
–Pensiones estratosféricas, muy por encima de la máxima de los trabajadores que han cotizado toda su larga vida laboral;
–Portavocías parlamentarias;
–Secretarías;
–Subvenciones estatales por grupo parlamentario;
–Subvenciones por diputado;
–Tarjetas de crédito personales;
–Viajes, en clase de business, por tierra, mar y aire;
–Vehículos del parque móvil, que tanto se censuró a oficiales y jefes militares, en época dictatorial, hasta hacerlos desaparecer.
Unas propinas que no cotizan lo que debieran, y que son pagadas con los impuestos de los exprimidos señores contribuyentes.
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