Los recursos naturales, si existen, están para ser aprovechados en beneficio de la sociedad, y si no existen, se crean
– Alfonso Campuzano
Es habitual, aunque
no será la última vez, oír hablar de sequía y de desertización, pero sin ver
mover un sólo dedo desde la autoridad competente, salvo chapuzas, para intentar
resolver el drama futuro que se avecina, para unos países más que para otros.
En
tiempos preconstitucionales hubo un movimiento bastante sensato hacia una
dirección hidromecánica que diera con una solución, que salvara los campos de
muchos agricultores, aunque muy criticada. Durante aquella
época, cuarenta años, se construyeron más de trescientos pantanos y embalses, mientras que en los
tiempos constitucionales no se ha hecho ninguna obra hidráulica, sino que finalizaron
la construcción de los dos últimos.
Actualmente, aunque
hay voces de alarma, y por razones desconocidas, los gobiernos no están
actuando en consecuencia, pese a la penuria y disminución de medios hídricos, quizá
debido a un asentamiento en la desidia o
bien a un asesoramiento ignaro.
De una u otra forma los impuestos constitucionales, gracias a la transparencia, acaban en los bolsillos
de los miles y miles políticos españoles, perdón, léase patrimonio, salvo casos
aislados, que pocos tenían antes de ejercitar dicho ¿servicio a los
contribuyentes?
Sin embargo,
existen ejemplos de actuaciones ejemplares con tan sólo mirar un instante el globo
terráqueo, entre los que destaca Israel, por encima de todos los demás, estando
como está, aislado territorialmente, fuertemente defendido, sin complejos,
sin miramientos de ninguna clase, incluso orgulloso.
El territorio palestino, desde siempre, habitado por árabes y judíos,
violentado por la hostilidad creyente y jurisdiccional, se caracteriza por su aridez y desertización; sin embargo, ambas
etnias no producen lo mismo. La etnia árabe apenas despunta, mientras que la
judía se dedica a la alta tecnología, siendo un referente mundial al contar con
cerca de doscientos ingenieros por diez mil habitantes. El problema, bien es cierto, no es el
territorio, que es similar, sino la etnia, la mano de obra de la población, los
dirigentes.
Kibutz es una
palabra hebrea que puede ser traducida como Comuna Agrícola, que surgió a
principios del siglo XX cuando, en una región palestina, Kalya, se asentaron los primeros inmigrantes judíos de procedencia
rusa.
En el transcurso de
un siglo, como parte de un milagro económico, han pasado de ser un Kibutz, habitado por diez personas, a
ser casi trescientos Kibutzim, habitados por más de cien mil, en tanto que la población israelí ha aumentado diez veces
desde que consiguió su independencia.
Israel, mediante cinco centrales desalinizadoras, obtiene casi el sesenta
por ciento de su agua para uso doméstico, y con premura; respetando el medio
ambiente; habiendo conseguido que su coste sea dos tercios menos que hace
treinta años. Por otra parte, más del ochenta por ciento de las aguas
residuales de los hogares son recicladas con fines de riego agrícola. Y se
permite el lujo de exportar agua a países vecinos.
El Estado de Israel ha
convertido el desierto de Néguev, que ocupa unos dos tercios del territorio palestino,
donde apenas hay recursos naturales, en huertas que son vergeles, consiguiendo
hasta cuatro recolecciones anuales de frutas y verduras, gracias a la
experimentación e innovación tecnológica puntera; aplicando ingeniería genética a sus cultivos; utilizando agua
salada mezclada con agua dulce, procedente de las capas freáticas donde desembocan
los acuíferos subterráneos; fomentando la heterogeneidad de vegetales, más o
menos arbóreos, que absorben el agua desalada, mediante sistemas de riego que emplean mínima cantidad de agua, es decir,
por goteo genético, ya que es importantísimo no desperdiciarla, como
habitualmente se hace en todo el planeta azul.
La base del éxito tecnológico israelí se encuentra en el inicio de la vida: familia y escuela.
ALFONSO CAMPUZANO
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