Si la especie humana tiene libre albedrío, nadie puede imponer su
adoctrinamiento sobre ancestrales costumbres y cultura –
Alfonso Campuzano
La tauromaquia, en general, gusta
a todo el abanico de partidos, es decir, no es patrimonio de nadie, como
pretenden hacer ver ciertas organizaciones intoxicadoras cuando señalan el ala
derecha del hemiciclo parlamentario, y no está bendecida por ningún signo
político.
La confrontación mediante la
aparición de provocaciones gestuales y orales, mínimamente pacíficas, en busca
de publicidad, surgidas a partir de partidos políticos denominados humanizadores
de animales salvajes, aparte de ser incorrecta su forma de manifestarse,
desconocen que se están deshumanizando y animalizando a partes iguales a través
del abuso, de la confusión y de la perversidad, pues sus acciones muestran el
alcance dictatorial, que no democrático; disuadiendo sin convencer; violentando
sin pacificar; imponiendo sin respetar; hostigando sin agradar.
Llama la atención todo lo referente a la humanización
de la bestia. O la bestia es humana y el humano es una bestia o alguien ha
perdido los papeles, pero esta pretensión vende bien porque la prensa, que ni
entra ni sale, simplemente da la noticia, necesita de estas necedades para desarrollar
su cometido social. Y allá cada uno con su dosis diaria de ignorancia.
Está bien defender a la especie
animal del maltrato, pero dicha defensa no significa que se pueda caer tan bajo
como para ofender a la especie humana, porque la naturaleza humana es
inigualable a la naturaleza animal.
Se alude con cierta frecuencia,
por boca de ciertos fluidos animalistas, con evidentes signos de acosamiento
conceptual, a la consciencia, a la dignidad, a la ética de la especie animal
cuando nada de lo que intentan adoctrinar existe en dichos seres irracionales. Tratar
de empatizar con un animal irracional es descender en la escala del raciocinio.
La consciencia es un término
que sólo
puede emplearse en los seres racionales, como la especie humana,
provista de albedrío, juicio, solvencia y nunca en seres irracionales,
como los pertenecientes a la especie animal, cuyo cerebro aún no se ha desarrollado
convenientemente.
La dignidad es propia de los seres
humanos que tienen libertad y son capaces de crear con responsabilidad,
seriedad, respeto a sí mismo y hacia los demás mediante la tolerancia, algo que
no tienen los seres irracionales.
La ética es privativa de la especie
humana, ya que el animal irracional no sabe distinguir entre el bien y
el mal, ni siquiera entiende de moral y, menos aún, de comportamiento con sus
semejantes.
Extremo estúpido es proporcionar
protección jurídica a los animales, que jamás entenderán los propios
interesados. Las palabras, no entendidas por el animal defendido, y sí
escuchadas por todos los humanos, que sí lo oyen, maltratan.
Sorprende leer o escuchar
infinidad de veces, cuando se retrata una excepción, que las alimañas no atacan
a la especie humana, si no es por defensa. Inmenso error, que llega a costar
vidas humanas. Si una alimaña o varias causan problemas a la especie humana
debería utilizarse el bisturí para cortar por lo sano, tal y como se hace para
curar un tumor en cirugía. Nada de paños calientes, sino soluciones más
controladas, a fin de evitar riesgos en sanidad ambiental, en tranquilidad, en
seguridad y en salubridad.
Si los animales, según sus súpermegahiperprotectores,
sufren desde que nacen, habría que preguntar a la especie humana, con sus
catástrofes, sus guerras, sus hambrunas, uno por uno, y escuchar qué responden.
Los amantes de las cuatro patas,
militantes animalistas, portadores de una figura psiquiátrica llamada manía
persecutoria, hacen alarde de una doble moral, hipocresía defendiendo a
la especie animal sin defender a la especie humana, formando parte de una
variante clínica denominada exhibicionismo de la bondad, encasillados
dentro del organigrama de cierto poder político europeo, según el psiquiatra
Dr. Verrecken.
Alfonso Campuzano
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