Las consecuencias, algunas letales, de
cualquier clonación, pueden conducir a alterar el medio ambiente, al
desarrollo de enfermedades desconocidas, a interrumpir la evolución humana
hasta hacerla desaparecer - Alfonso Campuzano
La especie humana, a base de tecnología, se cree un dios, si bien menor, aunque
no le importa, pues quiere vender que, con sus tiras y aflojas, y casi lo
consigue, domina la Naturaleza, cuando los sustos diarios que se lleva hacen
que el corazón le salga por la boca, pues toda aparición o extinción de una
especie, incluida la humana, tiene lugar por medio de la acción de leyes
naturales contra la que no puede luchar.
Entre los paleontólogos hay una pugna desenfrenada por descubrir qué animal
más grande pobló este planeta en la antigüedad; una antigüedad que cada día
está más lejana, cercana a los ochocientos millones de años, sin que nadie se
pongan de acuerdo en la fecha, porque, al no vivir ese tiempo, no puede ser
recordado, mientras que la especie humana ronda ya los dos millones de años.
¿Por qué esa obsesión, cercana al egoísmo, esa tendencia de querer
resucitar, acertadamente o no, mediante la clonación, tras el descifrado del
código genético, a especies extinguidas hace miles de años, en un mundo donde
la población humana supera los siete mil millones de habitantes, si se ignoran
las consecuencias, posiblemente letales, de tal experimento como puede ser la
alteración del medio ambiente, el aporte de enfermedades desconocidas, la
interrupción de la evolución humana hasta hacerla desaparecer?
Si unas especies han desaparecido es porque la madre Naturaleza, con su
inteligencia, siguiendo sus desconocidas leyes, lo ha permitido, así que, ¿qué
interés puede tener para la comunidad humana si el medio en que puedan
resucitar no es el mismo al que estaban acostumbrados y tendrían que adaptarse
con las complicaciones que tal desaguisado conlleva? Para ejercer en esta
carrera hacia lo desconocido, como nuevos dioses, sería recomendable que los
utensilios, incluso ellos mismos, se trasladaran a otro planeta que no fuera la
Tierra.
Los
humanos tenemos muchos problemas sin resolver, el principal es la hambruna que
reina en buena parte del planeta y que, aún sabiéndolo y conociéndolo, los
jefes de todos los gobiernos no llegan jamás a un consenso, eso sí, se
preocupan de especies animales, en peligro de extinción o no, que poco o nada
aportan a la evolución de la especie humana.
No se debiera permitir la hipermegasobreultraprotección a
otras especies animales, empleando cantidades ingentes de dinero público, que
conducen hacia el círculo vicioso de la intransigencia: protección de una
especie mediante un tributo que se desparrama e incontrola, producción
de daños, acto seguido se hace un seguro para que los daños ocasionados a
terceras personas se les endulce el cerebro, a modo de comecocos, y así hasta
el infinito. Es decir, por una parte, subvenciones y, por otra, seguros de
riesgo.
Una esquizofrenia que, a modo de consenso, hace olvidar
lo primordial: por encima de todo, lo que se debe proteger es la especie
humana.
Alfonso Campuzano
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