El egoísmo político es un freno hacia el bien común – Alfonso Campuzano
Las calamidades terrestres, una tras otra, son intrínsecas al planeta azul desde su origen, bien pudiendo ser endógenas, es decir, proviniendo del propio ambiente, o bien exógenas, procediendo del espacio exterior. Sin embargo, la nave interestelar ha ido adaptándose a través de milenios, cambiando épocas, adaptándose a situaciones extremas, y continúa sobreviviendo, sobre todo porque permite contarlo.
Otra cosa es que los seres –los más evolucionados como especie–, descubriendo alguna ley natural de cuando en cuando, aunque desconociendo la mayor parte, dependan de los menos evolucionados, resistiendo la representación de los más fuertes de todas las especies, mediante un pago por la estancia.
Sin embargo, los habitantes no son autosuficientes, sino que es el propio planeta quien abastece y sustenta. Tampoco son todopoderosos, aunque la soberbia humana hace que algunos se lo crean, de manera que lo desconocido –aparte de aterrar y fascinar–, es explorado hasta sus últimas consecuencias con intenciones varias, ya sean beneficiosas o maléficas, porque la Historia conocida ha mostrado, y demostrado, que va consiguiendo toda la gama de colores.
Los investigadores, en diferentes campos de la ciencia, en un cierto momento de su existencia, descerebrados o no, se han creído dioses, aunque sin manifestarlo, así que partiendo de una premisa, verdadera o falsa, de que si el ser humano ha sido creado –según los textos sagrados–, ¿por qué el ser humano no puede crear?
Y en la época actual, después de una veintena de años en que se consiguió clonar a un mamífero a partir de una célula adulta –la oveja Dolly–, se han dado casos de epidemias –guerrillas biológicas–, generadas por virus más o menos manipulados, inmensamente contagiosos, bien sea por la naturaleza, bien sea por la mano del hombre, en forma más o menos gripal, con lo que se puede hacer un poco de memoria.
Comenzando con la pandemia de Gripe Española (virus H1N1), en 1918-1919, que causó entre cincuenta y cien millones de muertes a nivel mundial y sólo trescientos mil en España. ¿Cómo es posible que la población española transmitiera tal enfermedad, sin haber salido del territorio, con una mortalidad entre 0,3% y 0,6% mundial, cuando no participó en la Gran Guerra (1914-1918)? Nunca es tarde para desagraviar, cambiar el nombre, y pedir perdón.
A continuación se declaró la pandemia de Gripe Asiática (virus H2N2), en 1957-1958, que ocasionó la muerte a dos millones de personas en todo el mundo.
Una década después, la pandemia de Gripe de Hong Kong (virus H3N2), en 1968-1969, provocó un millón de muertes a nivel internacional.
Tres décadas posteriores, se proclamó el Síndrome Respiratorio Agudo de China (coronavirus SARS-CoV), en 2002-2003, que produjo unos mil casos a nivel global, como preludio de la pandemia actual.
Le siguió la Gripe Porcina (virus A H1N1), en 2009-2010, que acarreó una mortalidad de diecinueve mil personas a nivel planetario.
Posteriormente se informó del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV), en 2012, un coronavirus que causó una mortalidad universal de sesenta y seis personas.
Y últimamente, por ahora, se ha extendido –como una mancha de aceite– el mal llamado Covid-19 (coronavirus SARS-CoV-2), en 2019, relacionado con el homólogo de hace diecisiete años –SARS-CoV–, ya que, presenta los síntomas más acentuados, con declaración de pandemia por parte de la OMS.
Los recortes de dieciséis mil millones de euros, por razones presupuestarias oscuras, inaugurados en la época del presidente José Luis Rodríguez Zapatero –Zapatitos, ZP– han sido la gran muralla contra la que se ha estrellado en Ministerio de Sanidad, no resuelta por el irresoluto Mariano Rajoy y el supuestamente psicópata Pedro Sánchez, tan responsables ante la ley como él.