La alerta sanitaria española surge de la incredulidad y la desidia gubernamental al instaurar una cuarentena tardía y mal planificada con medios materiales escasos – Alfonso Campuzano
Esta alarma sanitaria, decretada a cámara lenta, y sin aprender del país vecino, acabará algún día, más o menos lejano, porque todo aquello que comienza siempre acaba, para bien o para mal. No obstante, los recuerdos de este confinamiento impuesto por una serie de descerebrados, que no atendieron a los ruegos de profesionales mucho más capacitados, tendrán la respuesta adecuada a su responsabilidad en el momento preciso.
Una responsabilidad que diariamente se manifiesta mediante un goteo continuo de contagios y muertes sin que, desde el pasado día 30 de enero –un mes después de iniciarse la pandemia en Wuhan, China– se transmitieran imágenes directas, tanto desoladoras como duras, de algo tan insólito como inédito, sin que el desgobierno se hiciera el más mínimo eco, y sí se vieran actitudes insensatas como no cerrar el espacio aéreo, así como las fronteras terrestres y marítimas, lo que ha aumentado la indefensión hacia los españoles con remedios y materiales escasos ante lo que se estaba propagando exponencialmente en todo el planeta azul.
Durante cinco semanas estuvo sedando a la población con noticias sesgadas y tergiversadas, mientras ponía la alfombra propicia del riesgo a contagiarse y morir, sólo para que cincuenta y cinco manifestaciones feministas fueran autorizadas en Madrid el 8 de marzo, así como la concentración en el Palacio Vistalegre, y sin tomar la más ínfima nota de la protección que desplegaban países como China, Corea del Sur, Italia.
Todo ello debido a que España eligió a un político socialista como presidente de Gobierno que, al ser portador y transmisor, no es capaz de guardar la debida cuarentena, pese a haberla impuesto a los gobernados, pues su esposa, Begoña Gómez, está contagiada por el coronavirus SARS-CoV-2, Covid-19, sin que se haya comunicado si fue contagiada antes o después de la asistencia a la manifestación multitudinaria de 120.000 personas. Y sin olvidar que, el vicepresidente comunista, portador y transmisor, tampoco ha acatado la estricta norma sanitaria, sino que la ha desvirtuado, según sus propias necesidades egoístas, permitiéndose el lujo de dar mítines políticos, incluso lecciones de ética.
A estas alturas de la película, las autoridades italianas saben que las españolas lo han hecho peor que ellas y que las consecuencias de haber pasado la enfermedad, y ser consideradas curadas, se mantienen desconocidas.
Así que, tanto la emergencia climática como la violencia de género, ¿eran más importantes que mantener con vida a cuarenta y siete millones de españoles? Y viendo imágenes difundidas por los medios de comunicación, ¿para qué quiere la sociedad tales macroinfraestructuras, que no se pueden utilizar, cuando un minúsculo enemigo traspasa todas las fronteras –como otros en la antigüedad–, sin que los gobiernos entiendan que la Sanidad, y las investigaciones de su entorno, no pueden ser dejadas en el laberinto de lo desconocido, recortando presupuestos –no hay que olvidar que comenzó José Luis Rodríguez Zapatero, ZP, Zapatitos, continuó Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, sin que les haya interesado resolver este desaguisado–, y sin saber qué se puede hacer y aportar en cada circunstancia?
Es por eso que no debería echarse en saco roto la constitución de un tribunal que impute a aquellos políticos por denegación de auxilio, por dejación de funciones humanitarias, contempladas en el Derecho Internacional de Derechos Humanos.
Por último, es de esperar que nadie tenga memoria de pez cuando llegue el momento, teniendo en cuenta que, si la justicia humana no está a la altura correspondiente, la justicia divina está al desquite.
ALFONSO CAMPUZANO
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