Todo político, sin
excepción, debe colgar su magno ego de la percha de su armario - Alfonso Campuzano
Antes de los comicios del pasado 20 de diciembre todos los políticos se las prometían felices, sobre todo los partidos recién nacidos. Toda la sociedad hablaba del cambio, así, como suena. Incluso se enfatizaba poniendo sobre el tapete la posibilidad de pactar de forma diferente a como se había hecho durante los últimos cuarenta años: pactar a cuatro bandas, sin darse cuenta de que el gallinero se altera cuando el diálogo pretende ampliarse a tetrálogo, donde el diálogo se transforma en tertulia, donde no hay un arbitraje correcto para terminar, como se ha terminado, sin orden ni concierto ante un planteamiento de sordos funcionales.
Los cuatro jinetes han cabalgado durante más de ciento treinta y cinco días, se dice bien, sin que hayan sido capaces de darse cuenta que su ego encabritado debían haberlo colgado de una percha de su armario.
En cualquier trabajo, incluso léase negociación, se exige responsabilidad, con mayúscula, máxime cuando se trata de gestionar con seriedad materias como Educación, Hacienda Pública, Justicia, Sanidad, Seguridad, algo que parece haberse echado a un lado, porque los encargados de hacerlo desconocen lo más elemental o impunemente lo hacen pasar por el arco de triunfo más cercano.
Y de voluntad no hablemos, porque ni siquiera ha asomado en los escaños ocupados durante estos cuatro meses, se dice bien, cuatro meses de entradas sin salidas, cuatro meses de amagos sin solución. Un sí, pero no, a la vez que, un no, pero sí.
Resulta extraño comprender que políticos, representantes legales de ciudadanos y contribuyentes, han convertido sus gestiones en ejercicios descontrolados e ilegales, responsabilizando a aquellos que los votaron. Cuando unos políticos que, ignaros en cultura, se han dado cuenta que las redes sociales enredan magníficamente a gente que los sigue a pie juntillas basándose, como desde tiempo inmemorial, en hacer revanchismo popularista de todo lo que predican, ensalzando el odio, la delincuencia, y cierta sociedad aplaude, es que la enfermedad está en el cenit.
Y de fondo, con cierto aire de sordina, como es el despendole de las comunidades autonómicas, que sólo sirve de base para que el personal trabaje a golpe de chasquido, ya que tanta ampliación de impuestos da lugar directamente proporcional a una desorganización.
Está dicho que su día: si dos no se entienden, la dificultad se agranda cuando se amplía a dos más. Y esto ha ocurrido, pese a que nadie se lo creía. Tiempo y dinero perdido, para unos más que para otros.
Cuando un partido no reconoce la pérdida de votos, y pondera su victoria pírrica, casi todos, está abocado a una travesía política expiatoria o, peor aún, al ostracismo. La imprudencia política, con la que siempre se trata de responsabilizar al contribuyente/votante, conduce a la ingobernabilidad, sobre todo cuando un Gobierno salido de las urnas, superando al anterior, ahonda en su carrera por debilitar al Estado español, mientras se mete en una colmena donde, en vez que salir pringado de miel, lo hará bien picado, y repicado.
Volverán a vender lo que no se puede comprar, mediante el truco de un espectáculo indigno que se traduce en el comienzo de un bucle.
Alfonso Campuzano
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