Intentar cambiar la faz de
la Tierra, buscando la quimera del bienestar, es una ilusión - Alfonso Campuzano
Desde que el mundo es mundo, en la Naturaleza hay un principio de acción a
la que corresponde otro de reacción, manifestado fundamentalmente a través de
un equilibrio de recuperación, y hay que saber adaptarse porque ha
ocurrido siempre.
La materia, en el parámetro espaciotemporal, está en una fase de transformación, de cambio
continuo, y esto afecta, por supuesto, al clima del planeta Tierra, como
parte integrante del Cosmos, que no es ni puede ser estable, sino hacia lo que toque, es decir, hacia el calentamiento o
hacia el enfriamiento.
El cambio climático terrestre tuvo un comienzo, que fue cuando inició su
existencia, y desde ese instante, no hay que asustarse, pues ha variado constantemente
hasta la fecha actual con más o menos intensidad a lo largo y ancho de días,
semanas, meses, años, lustros, decenios, siglos, milenios. Además, sin seres
vivos y, sobre todo, sin sus gases emitidos, el calentamiento global no existiría, pues
el planeta sería helador, incluso glacial.
Conviene no olvidar, aunque es habitual lo contrario, que los macizos más
altos de la Tierra estuvieron sumergidos en aguas oceánicas debido a alguna
catástrofe cósmica que hizo variar el eje geográfico terrestre de forma que la
superficie se adaptó al giro planetario en su vuelo por el espacio.
También existe un cambio climático de origen geológico como son los avances
de glaciares, los corrimientos de tierra, las fallas, los maremotos, los
terremotos, los volcanes, que cambian la configuración de la corteza terrestre haciéndola desigual, pues unas zonas terrestres son vergeles y otras desérticas,
unas dominan por su altitud, mientras que otras están por
debajo del nivel del mar. Y va a seguir siendo así. De ello deberían hablar los
geólogos, si se lo permiten, algo que no está muy claro aún.
No se debe achacar al cambio climático, cuya frase está en boca de todo el
mundo, incluidos los niños de pecho, como se pretende, la erosión aérea y
acuática que afecta a las columnatas, los edificios, las esculturas,
las estatuas, las fuentes, todo ello construido en piedra, mármol, etcétera,
que ha existido desde siempre, y a la que se ha dado la importancia suficiente,
pero no como actualmente parece haber sido descubierta. Cuanto peor sea el
material trabajado menos tarda en deteriorarse sin que se deba echar la culpa, como moda, al cambio
climático.
No sólo la erosión deteriora cualquier piedra o mármol sino también las
pisadas humanas al subir o bajar escaleras de edificios centenarios. Nadie ha
fecho un estudio científico serio de laboratorio para ver cuánto dura tal o
cual piedra a la intemperie sujeta al agua y al viento.
¿El cambio climático es responsable de que el cauce de un río, o un mar
interior, desaparezca de la noche a la mañana como si surgiera
improvisadamente un desagüe natural como si la tierra se tragara el caudal? Si
esto ocurre es como para emigrar, huir de la zona que ha dejado de abastecer a
una población, porque no habrá regeneración posible.
Un ejemplo muy claro de cambio climático hacia el enfriamiento
ocurrió hace casi trece mil años, en el cuál no intervino la mano del
hombre, sino algo externo y provocado por el impacto terrestre de un
asteroide, que consiguió extinguir mamuts y grandes animales.
Y, si llueve, chubasquero o lugar atechado.
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