Cuando una persona, visitada por infinidad de médicos, está desesperada, lo recomendable es que el médico comience de cero, porque durante el camino alguien ha olvidado el diagnóstico definitivo – Alfonso Campuzano
El médico de familia, para evitar situaciones incómodas derivadas de la desmemoria, sobre todo histórica, ha nacido casi con los avances tecnológicos que le han ayudado a olvidar los orígenes del buen médico, aquél que con su ojo, llamado clínico, llegaba a hacer un diagnóstico diferencial cercano casi a la realidad.
Este conocimiento se iniciaba mediante los estudios en la Facultad de Medicina, cuando en España no pasaban de la docena, cuando obtenida la Licenciatura bajo el brazo se optaba por buscar una plaza en una ciudad, o más bien en un pueblo, donde ejercía como médico de cabecera, nunca mejor dicho; donde vivía y convivía con sus vecinos y, a la vez, posibles pacientes; donde la consulta se hacía mientras se saludaban, se daban los buenos días, las buenas tardes, o las buenas noches, en la calle, en el bar, o a la salida de la iglesia.
Muy pocos licenciados médicos optaban por hacer una especialidad hospitalaria, pues era el catedrático quien elegía a sus discípulos, mediante méritos académicos, sin el actual frío M.I.R., con cargo a los contribuyentes, que ni es interno ni es residente, porque no reside en el hospital, como lo hacen en los U.S.A.
Los medios técnicos con los que contaba el antiguo médico de cabecera era ínfimos, y nada sofisticados, pero sus sentidos del olfato, del oído, del tacto, de la vista, bien aplicados, aunque ya olvidados, le ayudaban en el desempeño de su profesión.
En lugares apartados de la civilización corriente tenía que ejercer de ginecólogo, de obstetra, de pediatra, de puericultor, de psiquiatra y, en ocasiones, de forense, si el asunto lo requería, en los casos que tuviera lugar algún accidente, sobre todo de tráfico, porque la comunidad se fiaba de su saber, que no de su sabiduría.
Las historias clínicas eran interminables, gracias al día a día, en las que no se echaba en falta la extensión en cuanto a la anamnesis con el pródromo, la etiología, la patogenia, la clínica con su sintomatología, la inspección, la exploración física, porque los cotilleos ayudaban a su construcción hasta llegar a un diagnóstico, incluso diferencial, que establecía un pronóstico y un tratamiento, ya fuera etiológico, patogénico, sintomático, de todas las enfermedades posibles con las que tenía que enfrentarse diariamente.
Tras escuchar atentamente, proseguía con la exploración física, comenzando por lo más evidente, es decir, con el órgano de la vista, evaluaba el color de la piel y de las mucosas, descubría particularidades y deformidades, mediante la inspección anatómica, tanto local como general, siempre bajo luz solar, y nunca jamás artificial.
Observaba la actitud estática en bipedestación, en sedestación, en decúbito lateral derecho e izquierdo, en decúbito prono y supino; las desviaciones corporales, tanto anteroposterior como lateral. Analizaba la actitud dinámica del paciente al desplazarse por si existía una inestabilidad, incluso una cojera, que debía saber distinguir si era de cadera, de rodilla, de tobillo, de pie, de dedo.
El olfato jugaba un papel importantísimo en el recorrido hacia el descubrimiento de enfermedades que se manifestaban bajo un olor característico del aliento o bien de las excreciones como el sudor, la orina, los excrementos, tratando de detectar diabetes, enfermedades mentales, fiebres tropicales, hepatopatías, infecciones.
Mediante el oído, utilizando antiguamente un estetoscopio rígido; hoy en día, un fonendoscopio de doble campana, para auscultar la sonoridad orgánica interna como los ruidos hidroaéreos del intestino, así como la respiración del pulmón, los latidos del corazón, los flujos de los vasos sanguíneos en sus recorridos por los miembros, que unido al esfigmomanómetro medía la tensión arterial bilateral.
Con la palpación corporal total, mediante el tacto, localizaba la existencia o no de masas cutáneas, incluso internas, se informaba sobre el aspecto, el dolor, la elasticidad, el grosor, la extensión, la hiperestesia, la humedad, la magnitud, la movilidad, la temperatura, el tamaño, la textura, el tono muscular. Además de la piel, las regiones ganglionares del cuello, de las axilas, de las ingles; los órganos de la región abdominal, sin olvidar las cavidades, tanto rectal como vaginal. Los pulsos carotídeos en el cuello; los pulsos humerales en ambos brazos y los radiales en ambas muñecas; los pulsos femorales en la raíz de ambos muslos, los poplíteos en ambas rodillas, los tibiales posteriores en ambos tobillos, los pedios en el dorso de ambos pies, siempre para comparar.
La percusión corporal, al golpear un dedo sobre otro, servía para delimitar los extremos las vísceras corporales, su magnitud, su solidez, además de revelar la existencia o no de algún fluido, fundamentalmente las zonas del abdomen y del tórax, apreciándose un sonido mate en órganos compactos y un sonido timpánico en órganos huecos.
Todo ello conllevaba a deducir, desde siempre, que para ejercer Medicina se exigía, desde el momento en que se pisaba la Facultad, vocación primordialmente –otra cosa es que se infravalorara, por desconocimiento–, seguida de experiencia en evolución, que incitaba a la formación continuada hacia en riguroso autoenriquecimiento.
Pero para hacer este tipo de historia clínica, hoy día, se necesita tiempo, y ganas, o viceversa, pese a haberlo aprendido durante los estudios académicos médicos, sin olvidar la tecnología complementaria, pero sólo complementaria, y no al revés.
Porque solicitar directamente una Resonancia Magnética Nuclear (R.M.N.), o bien una Tomografía Axial Computerizada (T.A.C.), sin explorar la zona supuestamente patológica, es como mirar directamente al microscopio sin haber sido visto, con el ojo desnudo, el material a estudiar: difícilmente se puede averiguar de qué se trata.
Porque actualmente, dada la estructura funcionarial, y la masificación, las prisas, al primar el tiempo sobre el buen hacer, la propuesta de ir directamente hacia el camino de la tecnología deshumanizada, que se va, casi inconscientemente, en la consulta médica, que ya no merece tal nombre al ser tan extractada, se inicia una carrera hacia los errores, incluso horrores de difícil solución.
ALFONSO CAMPUZANO
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