La guerra convencional continuará existiendo territorialmente; sin embargo la guerrilla biológica será planetaria – Alfonso Campuzano
La noticia dio la vuelta al mundo, cuyo comienzo tuvo lugar en Wǔhàn –capital de la provincia de Húběi–, China, en el mes de noviembre del pasado año; sin embargo, fue el último día del año 2019 cuando la nación asiática declaró una crisis sanitaria, no sin antes haber comenzado a construir unas macroinstalaciones que albergarían a miles de personas afectadas por un virus desconocido. Menos de treinta días más tarde, el bicefálico gobierno socialcomunista español, hizo caso omiso de las serias advertencias de profesionales competentes en virología.
Como si de diplomacia se tratara, y con conocimiento durante la última semana de enero de 2020, declinaron alarmar a más de cien mil mujeres, que participarían en una cincuentena de manifestaciones autorizadas, sólo en Madrid, y algunas más en el resto de las provincias españolas, porque lo primordial, políticamente hablando, era mantenerlas en vigor, ya que el feminismo radical, por aquellos días, estaba efervescente y por encima de cualquier enfermedad infectocontagiosa grave y global.
Un gobierno al que le importaba poco, o nada, que las participantes, en su ignorancia, se contagiaran, porque el Comité Científico del bicho chino se constituyó dos semanas después de las manifestaciones. Se perdió un tiempo precioso, mejor dicho valioso, regado de absoluta falta de prevención sanitaria, ineptitud, negligencia, ante un enemigo minúsculo y poderoso capaz de aniquilar en pocos meses a la Humanidad.
Lo importante era mantener la bandera del egoísmo, mirar hacia el lado opuesto, arrastrar la amoralidad habitual, sin solucionar rigurosamente la ausencia de material sanitario como buzos protectores, guantes, mascarillas, respiradores, con pocas posibilidades de ser repuesto inmediatamente ni siquiera en momentos de mayor necesidad.
¿Cómo se puede creer que el ministro de Sanidad –cuyo titular es un filósofo, mientras que el ministro de Hacienda es una médico–, es capaz de garantizar soluciones logísticas a España ante un problema en crecimiento exponencial?
¿Es verdad que el ministerio de Sanidad autorizó romper al gusto la cuarentena del presidente y vicepresidente –ambos portadores y transmisores, debido a que sus familias están contaminadas y son transportadoras del bicho, y sin tener conocimiento desde cuándo–, que aparecieran ante los medios de comunicación como si estuvieran sanos? Se trata de un mal ejemplo hacia la población sufridora, debido a la imprudencia e irresponsabilidad de ambos, y de los tolerantes, ignorando lecciones microbiológicas.
La población mundial está inmersa en una guerrilla declarada, que se libra ante un potente enemigo que no bombardea, que no lanza misiles ni siquiera ráfagas de proyectiles, sino que acaricia y masajea mortalmente.
Las vivencias introspectivas diarias, además de las noticias transmitidas, prevén que el recuerdo de ciertas películas se han traducido en la propia vivida como protagonista, gracias a que lo virtual, tantas veces visto o leído, se ha hecho realidad en forma de pesadilla, traducida en una sensación esquizoide, por lo que se necesita el intermedio.
Ante esta tesitura sanitaria los algoritmos matemáticos marcan fallecimientos previsibles, que se podrían haber evitado si el gobierno, dejando de lado sus luchas internas, hubiera decidido afrontar el bicho –teniendo como ejemplo a China, Corea del Sur, Italia, y demás países–, haciendo los deberes.
Cuando se pide, desde las alturas, sacrificios a los de abajo, es habitual que ellos no se incluyan porque se consideran superiores. Sin embargo, en una economía de guerra, como la declarada tras la alarma sanitaria, cuya prevención ha sido un desastre, al finalizar la fase de internamiento actual, se conseguirá la libertad con abundantes lágrimas.
Cuando sólo sea un recuerdo, será el momento adecuado para que todo español de bien evoque el Código Penal en su artículo 142, exigiendo a los actualmente retratados por su desconcierto e ignorancia que, además de arrimar el hombro y el bolsillo, tendrán que responder por su aureola de ineptocracia, ante la imprudencia grave causante de miles de muertos, como reos de homicidios imprudentes, con la pena de prisión de uno a cuatro años.
Y, sobre todo, que el Fiscal General del Estado no se olvide de actuar de oficio.
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