El ser humano aspira a conseguir un bienestar social pero, una vez conseguido, no es nada fácil saber mantenerlo — Alfonso Campuzano
Al hilo del ambiente que se respira desde hace
varios años me ha venido a la memoria una conversación mantenida hace unas
semanas con un colega, mientras tomábamos un café después de tanto tiempo sin
saber uno del otro. Un feliz reencuentro tras reconocernos, que no es poco.
Hablamos de casi todo hasta que salió a relucir la almoneda en que se encuentra
nuestro país. Un país casi irreconocible, ya previsto por el primer gobierno
socialista postconstitucional, y tomando como base épocas anteriores. Lo
percibí muy cabreado, y se fue caldeando aún más. Disfrutaba oyéndole. No había
perdido ritmo. Dominaba la oratoria. Y procuraba utilizar palabras adecuadas
para no dar pie a ser interrumpido.
Se quejaba, y con mucha razón, del momento presente.
Me recordaba su etapa de estudiante en lucha permanente por alcanzar una vida
mejor. Se preguntaba de qué había servido a una determinada generación, la
suya, que basándose en unos ideales asistían a asambleas, peleaban, padecían persecuciones,
en su lento caminar hacia el bienestar de Europa, aunque terminando por
convertirnos en lo que actualmente nos hemos quedado: en el malestar
tercermundista, viviendo en un engaño, gracias a estos quinientos mil políticos
nacidos de una generación espontánea.
Porque, ¿dónde está la juventud actual que no tiene
ideales ni arrestos para luchar, viendo lo que ven, sintiendo lo que sienten,
emigrando, porque no tienen trabajo, sólo corrupción, tras haber gastado el
erario público los millones de euros en su formación académica? ¿Acaso nos
están fumigando con alguna adormidera para que todos estén callados y sean tan
sumisos? Qué decepcionado estoy con esta generación, me decía. Nada que ver con
la mía.
Ciertos políticos desagradecidos e inconscientes que,
quisieron conquistar la nobleza sin tener cuna, se olvidan que su status social se lo deben a los
contribuyentes. A cambio, con su codicia biológica nos sacan hasta la médula;
atrapan las llaves de las cajas, se llevan el dinero consiguiendo unos
patrimonios de ensueño, porque los estamos dejando, ya que, sola y
exclusivamente somos responsables de esta situación.
Ciertos jueces que, mofándose de la sociedad, interpretan
la ley torticeramente, leen al revés las páginas del código, abandonando
funciones para favorecer, exculpar y diluir la responsabilidad, para que todo prescriba a unos aforados impresentables, encontrados in fraganti con el delito a sus espaldas. Y por último, excarcelan a etarras con delitos de sangre sin haber
cumplido ni siquiera la mitad de la condena.
Unos aforados despreciables caracterizados por su obsesiva obstrucción a
la justicia, malversación, prevaricación
continuada, desobediencia, abjuración, mientras muerden la mano que les da de
comer, que no se merecen sueldo ni pensión, y sí una inhabilitación de por vida,
incluso un destierro, ante la instauración de una desobediencia
interinstitucional. Entre fiscales anda el juego: unos se culpan a otros.
Sin olvidar que en esta plena partitocracia surge
un rajoyazo, cuyo portador es El Señor de los Recortes y de las Mentiras, que
reduce derechos adquiridos y consolidados a través del tiempo, y con gran esfuerzo; suprime la paga extraordinaria instaurada en aquel año dictatorial de 1941; anula tres de los seis días de libre disposición, ya existentes y disfrutados la mitad
en Semana Santa y la otra mitad en Navidad, cambiando de nombre y disfrute a lo
largo del año, a cambio de dinero y de perder cinco días de sueldo anual, pues para un funcionario el año tiene 360 días. Camino
va de reducir las libertades individuales. Algo incomprensible para una mente medianamente
inteligente al divisar en el horizonte un retroceso en el intento de
evolucionar hacia una democracia aún distante.
Dos presidentes pusilánimes: José Luis Rodríguez
Zapatero, ZP, y Mariano Rajoy Brey, que retrasan y bloquean conscientemente el
cambio de la Constitución cuando, una vez puestos los cimientos y hecha la
distribución, lo que necesita es rehabilitarla y adaptarla para hacerla
empática, igual que cualquier edificio o domicilio.
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