Las risas y buen humor preelectorales, a falta de ideas
claras, suelen convertirse en lloros y moqueos postelectorales - Alfonso Campuzano
El reloj democrático se paró en 1978, justamente cuando se inauguró el
tiempo partitocrático que aún se vive, a fin de que ciertos políticos pedigüeños,
hombres grises sin suficiente materia cerebral gris para gestionar el bien
común, demostrado está, no pudieron/quisieron/supieron desarrollar, mediante
Leyes adecuadas, la Constitución española, instituyendo lo que se conoce,
gracias a sus desmanes, como la gran novatada de la Transición, aunque sí han
logrado engordar los territorios autonómicos como paso previo a un futuro federalismo,
teniendo como finalidad, al menos en España, el reparto anual del erario
público, vía presupuestos generales, negociando el trinque político, sin
intención alguna de devolverlo.
Ahora, desde la inconsciencia de no haber vivido una autocracia de
derechas, que duró diez legislaturas, se intenta introducir, con o sin
vaselina, el supositorio de otra autocracia más, aunque de signo contrario, liderada
por la banda de los que sí pueden, por medio de exigencias propias de un férreo
control cuyos ejemplos se leen y se conocen por los medios de comunicación, demostrando
que ignoran la Carta Magna española a la que quieren destruir con ocurrencias
momentáneas y bipolares, casi siempre en contra de una cultura ancestral,
cuando cualquier político debería tener presente que si no sabe ni cree en las costumbres
y la cultura españolas debería abstenerse, por dignidad y decencia, a comicios
y menos aún representar a posibles votantes.
La historia de los partidos de izquierda españoles está repleta de búsquedas
de imposiciones autocráticas nada originales, sino copiadas de otros países a
los que veneran, y que se lo deberían hacer mirar. En los años treinta del
siglo pasado el ejemplo autárquico a seguir fue Rusia y países satélites,
mientras que ahora los ejemplos son Venezuela e Irán. Cuando un político habla
del pueblo se está refiriendo, sin duda, a intereses propios, aunque
trasladados a terceras personas. Cuando se rebasa el límite profesional y se
llega al enfrentamiento personal denota mucha fatuidad.
Si los partidos poltrona están nerviosos ante el horizonte que se avecina
con la llegada de partidos emergentes es que se han dormido en los laureles.
Las minorías, desde siempre, para hacerse valer, tratan de implantar normas
antagónicas a la resolución de los comicios por medio de intolerancia e
intransigencia, en las que ciertos políticos con su indumentaria, totalmente
inestética, por cierto, hacen un flaco favor en beneficio del respeto que deben
a todos los españoles. La ineducación no es un compartimento estanco, sino que,
aparte de vivirla en la calle, se observa en el Parlamento cuya adolescencia, como
en la vida, necesita un tiempo suficiente para alcanzar la madurez adulta y,
con ella, el reposo. Todo número circense, aunque se desarrolle en el hemiciclo
del Congreso de los Diputados, tiene un tiempo limitado en busca de la
sensatez.
Reformar la Constitución no significa satisfacer orgiásticamente a
políticos que desprecian a los contribuyentes/votantes, salvo en comicios. Es
una pérdida de tiempo y dinero intentar reconducir la Historia según
ocurrencias políticas, ya que cada época es única e irrepetible.
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