En la carrera política, la
aspiración máxima de un presidente, es conseguir el nombramiento de ex
presidente – Alfonso Campuzano
Una vida dedicada a
contrarrestar retos indescriptibles e infinitos con predisposición a fomentar
una voluntad inquebrantable y duradera, que pocos conocen. Sin embargo, retos
hay muchos, en el día a día, la vida misma, pero no parece que lo sean para los
políticos españoles cabalgando entre los siglos XX y XXI, pues su voluntad está
más cerca de sus propios intereses que del bien común.
Una vida dedicada a ignorar
cómo se debe gestionar una empresa, sobre todo si de lo que se trata es la
Hacienda pública, donde teóricamente aterrizan todos los impuestos de los
contribuyentes sería necesario exigir, por dignidad, el abandono inmediato del
cargo público, sobre todo cuando el actual régimen interno partitocrático
fomenta la envidia y las zancadillas en la búsqueda de una elección tipo
dedazo, llamada sucesión dedocrática.
Una vida dedicada a
continuar las enseñanzas de los maestros de la Transición española sin
imaginarse, aunque podían suponerlo, que no estaban predispuestos a desarrollar
la Constitución recién nacida para terminar encontrándose tan bloqueados, casi
noqueados, cuarenta años después.
Una vida dedicada a
oponerse a partidos y sindicatos introduzcan elecciones primarias con voto
directo, listados abiertos, y sin avales, para conseguir que no se alcance la
Democracia plena, porque la idea en cada Legislatura no es hacerlo bien, sino
aguantar todos los chaparrones que caigan, gracias a los asesores que
desasesoran, haciendo que las normas/normativas, una vez redactadas y aprobadas,
lo mismo que las leyes, son para hacerlas efectivas y cumplirlas, terminen
exponiéndolas en una vitrina.
Una vida dedicada, gracias
a su egoísmo, a su desubicación, a su desnortamiento, en su descerebramiento, a
desconectar por no saber explicar cuál es su hoja de ruta gubernamental, con la
única preocupación puesta en el dinero que pueden esquilmar, vía imposiciones,
alejándose cada día más de sus votantes, de manera que, cuando quieren
reaccionar, han traspasado, no una, sino infinitas líneas rojas.
Una vida dedicada a la corrección
política, dentro de las nuevas artes del buenismo, llegando a tal punto de
sublimación que han logrado que una palabra que todos entienden se transforme
en una frase casi ininteligible, aunque hipócrita y frívola, que no ética, con
su buen grado de crispación, degradación, enfrentamiento, ineducación,
obscenidad, resentimiento, revanchismo popularista como manifestación de un
continuo aldeanismo en las propuestas que, una vez analizadas, resultan ser
retrógradas, donde la memoria colectiva es tan débil que bien pudiera llamarse
desmemoria, ya que los hechos, los que sean, son fáciles de borrar, mientras
existan sirenas aletargadas que regresan del pasado reciente, aún no olvidado,
cuyos cantos se acercan a oídos encantados que desean escucharlos.
Una vida dedicada a
anclarse inconscientemente, sino por edad, sí por ideas, en un periodo
autárquico ya pasado, pese a que llevamos vividos tres lustros del siglo XXI,
fumados bajo una obsesión casi enfermiza que planea a diario ante hechos
vividos a través de relatos fantásticos, aireando discursos trasnochados sin
haber evolucionado, a la vez que se intenta reescribir en la niebla como si
fueran hechos presentes.
Ante este patético panorama,
traspasado el cáliz de la presidencia, donde los poderes fácticos mandan mucho
más, el deseo ferviente de franquear la barrera y encontrarse al otro lado,
como ex presidente, agenda de conferencias, asesor, asistentes, audiencias, despacho,
coche oficial, consejero de empresa privada, consejero de
Estado, embajador extraordinario, entrevistas, lo hace más llevadero, y
para toda la vida.
Así que máscaras fuera, el
carnaval pasado busca el futuro, cada pieza en su casilla del damero, y que
comience la partida de ajedrez.
Alfonso Campuzano
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