La protección humana debe ser prioritaria, y sin ningún género de duda, ante cualquier animal, sea doméstico o salvaje – Alfonso Campuzano
Al inmiscuirse la especie humana en el desarrollo y evolución de las especies restantes –tanto animales como vegetales–, es razonadamente incomprensible que unas salgan muy beneficiadas –el jabalí, el lobo y el oso– y otras demasiado perjudicadas –la agricultura, la ganadería–, sin que el ministerio y consejerías de los diecisiete delirios correspondientes actúen consecuentemente.
Los ataques de animales salvajes a la cabaña ganadera es un mal creciente por iniciativa de intereses oscuros, no resuelto por absoluta desidia administrativa, propia de un ensalzamiento de la vulgaridad, como si fueran patadas en los culos de los contribuyentes, lo cual demuestra una actitud despótica y totalitaria.
Tratar de responsabilizar a los seres humanos de la muerte de recursos alimenticios, ya sea mediante la caza legal o ilegal, es sentar bases demagógicas, cuando este planeta azul está diseñado para que unos se beneficien de otros, conformado según la ley natural de supervivencia del más fuerte, porque está mostrado, y demostrado, que las plagas de animales incontrolados aparecen cuando la caza se prohíbe, sobre todo judicialmente, incluso descontroladamente.
La naturaleza se defiende del más débil, es más, no le interesa, porque no se adapta ni evoluciona. La adaptación ayuda a sobrevivir. Primera Ley Natural, por los siglos de los siglos, es que sólo sobreviven los más fuertes de cada especie. Algo que vulgarmente nadie quiere aceptar. Este planeta azul, en continua evolución, desde hace más cuatro mil quinientos millones de años, marca la extinción de especies que se equilibra con el nacimiento de otras desconocidas en busca de reconocimiento científico.
La sanidad no se humaniza, como pretenden ciertos políticos mediocres, permitiendo que las mascotas –aunque estén vacunadas– visiten a sus dueños ingresados en hospitales públicos. Es de ignaros pasar por alto que los canes, aparte de alergias, pueden transmitir cerca de setenta enfermedades a los humanos –cáncer, entre ellas–, haciendo peligrar la vida de quien disponga de mínimas defensas.
A estas alturas del siglo XXI, querer comparar un animal racional con uno irracional es ignorar la composición química del cerebro y las interconexiones neuronales de cada uno. Se ambiciona, desde algunas asociaciones bastante desorientadas, discriminar a la especie humana racional y favorecer a la especie animal irracional, que no tiene conciencia de sí misma.
¿Por qué la sociedad tiene que aceptar que para relajarse es necesaria la compañía de mascotas de todo tipo y condición? ¿Dónde están publicados los estudios realizados y con cuántos ejemplares? ¿Se han realizado a doble ciego? Probablemente se haya iniciado ya una dictadura más que obtiene intereses pecuniarios de los inocentes.
Si los amantes de las cuatro patas consiguen que los animales que van al matadero sean sacrificados bajo anestesia, la cesta de la compra se encarecerá y el fármaco administrado pasará a la cadena alimentaria, lo mismo que los antibióticos con los que están tratados todos los animales de granja.
Si un animal pudiera elegir entre los de su especie y la especie humana no tendría la más mínima duda de que se inclinaría por lo suyo conocido, porque en este planeta azul todo está compartimentado y estancado.
Los bebés como las mascotas terminan sufriéndolos los vecinos, y sin pedir opinión. Y no todas las personas aceptan disponer de una mascota a sus pies.
Si las cuatro asociaciones ecolólogas españolas, subvencionadas por los contribuyentes con más de doce millones de euros a sus más de treinta mil miembros, significa que algo está fallando cuando mantenerlos resulta tan caro para la sociedad.
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