Había que sacar el país hacia adelante con mano de obra sana, qué menos que
disponer de un acceso fácil hacia la disposición de un derecho a conservar la
salud, en tanto que el Estado español no podía dar más de sí, pues había
conseguido que los médicos, a trancas y barrancas, sin darse cuenta, se
apuntaran a un tren en el que, por todo equipaje, disponían de regalo
envenenado, una trampa para elefantes. La papeleta se complicaba al reconocer
que no había especialistas, que había que formarlos. Alguna entidad o institución
tenía que poner el dinero y, sobre todo, el título. Y los colegios
profesionales españoles, a diferencia de otros países más o menos lejanos, no
estaban por la labor, no podían o no se les permitía, así que fue el propio
papá Estado el que poco a poco asumió esta responsabilidad.
Se estaban inaugurando los años sesenta del siglo pasado, y es ahí donde
entraron en un juego aleatorio unos cuantos médicos que, sin ver una salida a
sus aspiraciones profesionales, sin comunicarse entre ellos más que por
telepatía, emprendieron un viaje migratorio a los EE.UU. de América, dada su
experiencia ya centenaria, previo un examen llamado Foreign Medical, para hacer una
especialidad, ya fuera médica o quirúrgica, sabiendo que cada año no entraban
más que el 3% de todos los extranjeros presentados y, una vez titulados, antes
de ser autorizados para ejercer, obligados a pasar un nuevo examen, algo que en
España se desconoce. Algunos de ellos allí se afincaron en aquellas lejanas
tierras, los menos, renovando contrato anualmente con el hospital contratante,
mientras que el resto escalonadamente, venidos eufóricos, con la lección
aprendida y con ganas de enseñar, regresaron a nuestro país, con la idea
primordial de implantar lo descubierto y bien asimilado.
El gran salto en Sanidad, sin tener aún un ministerio propio, se produjo a
mediados los años sesenta, cuando el Estado, con los ministros tecnócratas,
empezó a poder presumir de sus profesionales médicos, los primeros
especialistas, porque son ellos los que comenzaron a exigir medios materiales
para ejercer en los nuevos hospitales, llamados residencias que surgían por
doquier. Y el Estado, poco a poco fue cediendo, aunque fueron precisamente los
diferentes gobiernos quienes vieron en ellos una nueva forma inversión con todo
el dinero recaudado para las pensiones de la Seguridad Social, que podrían
manejar a su antojo, disponiendo en efectivo de cantidades para poder
emplearlas, con o sin previo paso por los presupuestos generales, en otros
ministerios y otras particularidades, sin que se notara mucho, al principio,
porque hoy día, y desde 1982, se les ve el plumero cada año.
Desde 21 de julio de 1962, cada residencia
sanitaria, era canalizada por un Director Médico, designado entre los
profesionales de la plantilla; sin embargo, en las de categoría provincial o
superior, con más de doscientas camas, además se nombraba un
Gerente capacitado que, con el paso del tiempo y, sobre todo, desde el traspaso
central a cada autonomía, los cargos públicos sanitarios del organigrama
(secretarios generales, directores generales, gerentes de área, gerentes de
atenciones varias, etc.) se han desparramado y multiplicado por ciento, han
aparecido como si de generación espontánea se tratara hasta considerar
imprescindible este nuevo cargo, que nada nuevo aporta más que la presencia de
alguien que quiere figurar, salir en la foto, colocarse la medalla y poco más,
que solamente antes existía a nivel central, antes del 2002, pero que, con el
paso de los años, se ha multiplicado por diecisiete monstruos más las dos
plazas africanas, para terminar haciendo lo mismo que hacían cuatro cargos
públicos, teniendo como se tiene la misma población de antaño. Es como si
estuvieran disminuyendo los remeros de galeras y aumentando los directores de
orquesta sin batuta.
Alfonso Campuzano
Alfonso Campuzano
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