Cuando
desaparece o se extingue una especie significa que no tiene sitio/cabida en el
sistema ecológico, que su función ha finalizado, que ya no es necesaria – Alfonso Campuzano
Las
catástrofes naturales dejan suficiente cambio en el ecosistema como para que la
mano de la especie humana intervenga en la naturaleza sin su permiso. Hasta el
momento, parece ser que han existido cinco cataclismos paroxísticos en los que
se perdieron gran cantidad de especies de una forma selectiva y natural,
posiblemente hasta un noventa y cinco por ciento, sin contar que anualmente
fallecen en siniestros naturales más de ciento cincuenta mil personas.
El que
desaparezca o se extinga una especie significa que no tiene sitio, o cabida en
el sistema, que su función ha finalizado, que ya no es necesaria y, si se cree
que lo es y se manipula, intentando resucitarla, el proyecto se puede ir de las
manos, provocar un desequilibrio en la especie humana y generar enfermedades
infectocontagiosas desconocidas, desaparecidas y rebrotadas, de difícil o nula curación. Aparentemente esta consecuencia no es buena ni mala, no se acaba nada,
sino que aparece algo que lo sustituye, incluso mejorado, es algo intrínsecamente
natural a la evolución del planeta Tierra.
Sin
embargo, la obsesión por el control de cualquier especie inferior a la humana tiene
que beneficiar a alguien, esto es casi seguro, ya que las administraciones
públicas invierten ingentes cantidades de dinero en lugar de revertir en los
propios contribuyentes, que para eso se lo exigen.
Tras la
fachada del llamado ecologismo hay un principio de desequilibrio. El ecologismo
debe ser una norma educacional, y no una doctrina absolutista ponderada a
diario por los medios de comunicación social. La especie humana, máxima
depredadora, por excelencia, lleva en su sangre los genes de la destrucción del
planeta Tierra sin que, hasta el momento, lo haya conseguido después de 4.500
millones de años de existencia de este planeta madre y del que aún le queda,
como mínimo, otro tanto, pues este planeta, considerado un ser inteligente,
sabe lo que se cocina en sus entrañas y en su exterior, mientras que la especie
humana ignora casi todo, tan inteligente es que, cuando otra especie desaparece, la que
sea, incluso la más vulgar, hace que aparezcan cientos, y nunca del agrado de
los humanos y menos aún de los señores ecologistas que, a su pesar, observan como
lo destruido se regenera en contra de sus teorías catastrofistas, pues ellos lo
que más desean es tener a toda Humanidad en un puño, por ahora, sin conseguirlo,
aunque de camino van.
Como
humanos, cuando se mete mano a algo, en el mejor de los casos, y aún con buena
voluntad, para conseguir un buen fin, al desconocer casi todas, por no decir la totalidad
de las leyes de la naturaleza, los resultados, no uno sólo, son unánimemente dispares, incluso contrarios, al pensamiento último de la hipótesis puesta en
marcha. Esto es lo que ocurre cuando los humanos pretenden someter a la
Naturaleza que, en su sabiduría, se rebela contra todo
encasillamiento, porque se la obvia diariamente. Ejemplos hay miles de
millones. Pretender levantar, como se ha enarbolado la bandera ecologista, sin
pensar que ella es más sabia que todos los humanos juntos se traduce
en todos los desastres que ve el ojo humano.
ALFONSO CAMPUZANO
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